Carla Roel de Hoffmann

Si te matas, también acabarás con la vida de quienes te quieren
Anónimo
El Comentario del Día compartió en sus redes una noticia de la BBC en la que se aborda el suicidio en el ejército ucraniano, otra tragedia más de la invasión rusa.
Antes de abordar el tema, quiero dejar claros algunos conceptos: por suicido entiendo el acto de quitarse la vida de manera voluntaria, deliberada; por atentado suicida, la conducta potencialmente dañina dirigida a causar la propia muerte sin lograrlo; por ideación suicida, los pensamientos de quitarse la vida, que varían en severidad desde un vago deseo de morir, hasta un plan en concreto para lograr acabar con la propia vida y; por contagio de suicidio, la exposición al suicidio o a conductas suicidas dentro de la familia, el grupo o al través de los medios que pueden resultar en un incremento en suicidios o conductas suicidas.
Según la CDC, en 2019, el suicido fue la segunda causa de muerte en población de entre 10 a 34 años, la cuarta entre 35 a 44 años y la quinta entre 45 y 54 años de edad. Los números son similares en otros países de la OCDE. Los datos de los dos años de la pandemia son inconsistentes, dependiendo de la verdad con la que se reportaron por las autoridades las muertes por Covid-19.
Para muchos, el suicidio es un tabú. Esto se debe a las creencias y las prácticas religiosas, a las leyes punitivas contra los suicidas y a la culpa inmensa que siente la familia del que se quitó la vida. Junto con el mito de creer que hablar abiertamente del suicidio va a darle “malas ideas” a los demás, es muy difícil abrir la conversación sobre el valor de la vida, la tragedia de la muerte por suicidio, la salud mental, el uso y el abuso de sustancias que alteren la conciencia, la sextorsión, el abuso sexual, entre otros.
Hay muchos factores de riesgo como la pérdida de un ser querido, una enfermedad mental, sentimientos de desesperanza, culpa o falta de sentido, atentado previo, consumo de alcohol y drogas, confusión en cuanto la orientación sexual, historia familiar de suicidio, ser víctima de violencia familiar o sexual, falta de apoyo social, ser víctima de acoso escolar o laboral, el estigma social a pedir ayuda, acceso a armas de fuego, pastillas, veneno, dificultad a acceder a servicios asistenciales, por ejemplo.
Las señales de alarma a las que hay que poner atención son: hablar de morirse, desaparecer, aventarse, dispararse, dejar de existir y otras formas de autodaño; cambios de personalidad como tristeza, apatía, indecisión, ansiedad y cansancio; cambios de conducta como dificultad para concentrarse, descuido personal, desinterés en la higiene personal, aumento en el uso de alcohol o drogas, correr riesgos innecesarios, aislarse de familiares o amigos; cambios en los hábitos de sueño como insomnio, letargo o pesadillas; cambios en los hábitos alimenticios como pérdida o aumento de apetito; miedo a perder el control y el desprendimiento de posesiones queridas.
La buena noticia es que el suicidio es prevenible. Hay que tener muy claro que es una solución permanente a un problema temporal. Que el suicida, por lo general, quiere acabar con el dolor psíquico, emocional, espiritual o físico más que terminar con su vida. Hablar abiertamente de la salud mental, de la ayuda a la que se puede acceder, de la realidad del suicidio. En este tema, como en muchos otros, es importante tener la información necesaria y perder el miedo a tener una conversación seria, empática y tranquila que puede salvar una vida.
Si conoces a alguien que esté en esta situación o tienes ideas de quitarte la vida, busca ayuda puedes llamar al Centro de Escucha de la Arquidiócesis Primada de México, 5521229725; al Consejo Ciudadano, 5555335533; Locatel, *0311 o 5556581111 y; Línea UNAM, 5558046494.