29 de marzo de 2024 6:18 am
OPINIÓN

El dinero es dinero… ¿o es riqueza?

AUDIO COLUMNA
Alejandro Javier Saldaña Brito

Esta semana, en el último día del foro de Sintra, organizado por el Banco Central Europeo, tuvo lugar un panel con la participación de A. Bailey, A. Carstens, C. Lagarde y J. Powell, titulares del Banco de Inglaterra, el Banco de Pagos Internacionales, el Banco Central Europeo y la Reserva Federal, respectivamente. Como era de esperarse, el tema principal fue el de la inflación. Tampoco sorprendió que, de nueva cuenta, los participantes siguen enfatizando que el principal causante del alza en precios proviene de la oferta: obstrucciones en las cadenas de suministro, altos precios de materias primas, etc. Hasta cierto punto, la oferta ha sido un problema, pero difícilmente puede explicar por sí misma la naturaleza de las presiones inflacionarias actuales.

Los confinamientos indujeron obstrucciones en las cadenas globales de suministro, lo cual ha frenado la producción de bienes y servicios, generando un desbalance entre oferta y demanda. Al mismo tiempo, en los últimos meses, la invasión rusa en Ucrania produjo un incremento en los precios internacionales de alimentos y energéticos. Esto, de acuerdo con lo repetido por los bancos centrales alrededor del mundo, es el causante de que estemos ante un fenómeno inflacionario mundial como no se ha visto en décadas.

Hay una buena parte de verdad en lo anterior, sin embargo, no es una explicación completa. Con base en la Ley de los Mercados, del economista clásico francés Jean-Baptiste Say (1767-1832), la producción de bienes y servicios genera el ingreso que el día de mañana será utilizado para adquirir otros bienes y servicios. Coloquialmente y de forma muy simplista, esto puede resumirse como que la oferta genera demanda.

Entonces, si el crecimiento en la producción se encuentra restringido por efectos de la pandemia y otros factores, la demanda no podría ir demasiado lejos, puesto que, si no se produce, no se contrata ni se pagan salarios a los trabajadores. Por otro lado, se esperaría que el incremento en los precios de algunos bienes y servicios afectados por la pandemia o la guerra en Ucrania dejaría menos ingreso disponible a los consumidores para gastar en otros satisfactores, cuyos precios, al debilitarse su demanda, se presionarían a la baja.

No obstante, el gasto sí se recuperó con una clara disonancia respecto a la producción, mientras que el alza en precios fue constante y generalizada. Por lo tanto, la explicación no se encuentra solamente en las dinámicas de la oferta, sino en el estímulo que recibió la demanda por una importante expansión monetaria, es decir, al poner más dinero en la economía. Por ejemplo, la oferta monetaria en los EE. UU., medida con el M2 (billetes y monedas en circulación, más depósitos a la vista), promedió un crecimiento anual de 17.8% en 2020 y 2021, cuando su promedio histórico (1960-2019) ronda entre el 6.0 y 7.0% anual.

Hoy en día, para contrarrestar las presiones inflacionarias, los bancos centrales han comenzado a subir las tasas de interés y reducir sus hojas de balance, buscando que ello debilite al gasto, el empleo y la actividad económica en general, incluso, asumiendo el riesgo de llegar a inducir una recesión. Claramente, esto quiere decir que las herramientas de los bancos centrales operan a través de la demanda y no de la oferta, por lo que, aunque no lo han expresado abiertamente, los banqueros centrales reconocen que hubo un exceso en el estímulo otorgado en 2020 y 2021, y hoy tienen que revertirlos. Si el problema de la inflación fuera puramente de oferta, ¿para qué subir las tasas de interés y arriesgarse a una recesión?

Las enseñanzas de Jean-Baptiste Say y otros economistas clásicos dictan que el dinero es simplemente un medio para intercambiar bienes y servicios, mas no el origen de la riqueza. Argumentan que la única forma en la que las personas puedan prosperar y acumular riqueza de forma sostenida es satisfaciendo eficaz y eficientemente las necesidades más urgentes de la sociedad, y no aumentando artificialmente la cantidad de dinero, puesto que, si bien ello puede llevar a un auge inicial en la economía, terminará por producir inflación y futuras recesiones.

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