7 de julio de 2025 5:12 pm
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OPINIÓN

Libros de viaje: Diarios de bicicleta

Cuando el lector empieza a sumergirse en su estilo discursivo y en su forma lateral de pensamiento, se da cuenta que no sólo se está trepando a la bicicleta de Byrne, pero a su cerebro mientras éste observa todos los paisajes que se van moviendo y convirtiendo poco a poco conforme el músico pedalea…

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Cecilia González Michalak

David Byrne nació en Escocia en 1952, y cuando aún era un niño, su familia se mudó a los Estados Unidos. Conforme pasaron los años, aprendió a tocar la guitarra, empezó a formar con amigos y conocidos algunas bandas, pavimentando lo que sería el inicio de Talking Heads. Desde su inicio en 1974 hasta su separación oficial en 1991, este grupo musical se distinguió por experimentar con varios elementos, entre ellos el rock, new wave, funk, ritmos africanos, arte y letras sociales, lo que lo convirtió en una de las 100 mejores bandas de Rock según la revista Rolling Stone y su ingreso al Salón de la Fama del Rock’n Roll en 2002.

Independiente a la historia de Talking Heads, Byrne ha tenido muchos proyectos musicales por sí solo. En su currículum se encuentran la banda sonora de El último emperador (1988) que escribió junto a Ryuichi Sakamoto y Cong Su y que ganó un Grammy, un Oscar de la Academia y un Golden Globe; varias colaboraciones con diversos artistas como Celia Cruz, Selena, Marisa Monte, Morcheeba, Paula Cole, Devo, Caetano Veloso, Norman Cook, Róisín Murphy, Sia, Santigold, Kate Pierson, Florence Welch, Café Tacvba, entre otros; la creación de su propia compañía discográfica Luaka Bop; varios discos en solitario y conferencias de TED Talk.

En lo personal, una de sus pasiones es andar en bicicleta. Aprendió a andar en una de niño, y retomó este método de transporte en 1970, enamorándose de la libertad y la emoción que éste le da. Su pasión lleva años, a tal grado de ser considerado como un gurú del ciclismo urbano –sobre todo en Nueva York, su actual residencia–. Por lo mismo, le han invitado a diseñar una serie de estacionamientos en forma de imágenes relacionadas a las áreas en las que estaban ubicados, como un signo de dólar para Wall Street y una guitarra eléctrica en Williamsburg, y ​​subastó su bicicleta plegable Montague para recaudar fondos para la London Cycling Campaign.

Es tal su afición, que, incluso, para muchos viajes que ha tenido por cuestiones de trabajo, factura dentro de su equipaje una bicicleta plegable para conocer mejor las ciudades que visita. Es en este punto que convergen el ciclismo y el turismo, y todas las anécdotas que ha podido vivir que ha tenido a lo largo del mundo sobre dos ruedas. Como cualquiera que esté familiarizado con su obra, Diarios de Bicicleta no es un libro sobre ciclismo per se, sino más bien un texto que engrana ideas y pensamientos sobre lo que va viendo mientras pedalea: arquitectura, arte, política, religión, comida, arte kitsch y calidad de vida. 

El libro cubre algunos de sus trayectos como Londres, Oxford, la famosa Eight Mile Road de Eminem en Detroit, el Berlín de la posguerra, Buenos Aires, Estambul, Manila y Sydney. Cuando el lector empieza a sumergirse en su estilo discursivo y en su forma lateral de pensamiento, se da cuenta que no sólo se está trepando a la bicicleta de Byrne, pero a su cerebro mientras éste observa todos los paisajes que se van moviendo y convirtiendo poco a poco conforme el músico pedalea.

Existen anécdotas muy simpáticas a lo largo de sus viajes. Una, es cuando Byrne fue a Filipinas para crear un musical sobre Imelda Marcos, la famosa y escandalosa primera dama dueña de 3 mil zapatos que junto a su marido Ferdinand Marcos, rigieron como dictadores bajo el cargo de presidente de Filipinas desde 1965 hasta 1986. Otra es cuando aprendió que en Australia, hay sapos cuya mucosidad, al ser lamida, provoca alucinaciones, por lo que hay muchos perros y personas que atrapan a estos animalitos para mandar a sus mentes a un recorrido psicodélico.

Además de los beneficios del ejercicio y la colaboración a hacer un mundo más verde, usar una bicicleta permite tener unos diálogos internos que empiezan con una idea y se desarrollan en pensamientos mucho más profundos, como cuando ves la fachada de un edificio y esa idea deriva a un análisis de la infraestructura socio-económica de un país. Aunque muchas ciudades no son adecuadas para los ciclistas –no hay carriles especiales, y si los hay, son invadidos por coches–, este diario-manifiesto inspira a ver el mundo de otra manera mientras permite conocer a David Byrne de una manera más cercana.

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