
Rodrigo Saval Pasquel
Durante décadas, México ha escuchado en múltiples ocasiones el término “voto duro”. El “voto duro” representa aquel segmento de la población cuyo voto ya está asegurado a favor de algún partido político, ya sea por motivos económicos, políticos, sociales, religiosos, o de otra índole, como por ejemplo, mediante amenazas del crimen organizado —práctica cada vez más común en nuestro país—. No obstante, ¿algún día se podrá eliminar el “voto duro”?
Quienes llevan años en la política decían que el partido con un mayor “voto duro” era el PRI. En todas las elecciones, se sabía que cierto porcentaje del electorado ya estaba contemplado como parte de la futura votación presidencial a favor del tricolor. No obstante, en 2018, parte de esas cifras cambiaron a color guinda, sorprendiendo a la población en general, pero no hay que olvidar que “en política no hay sorpresas, solo sorprendidos”.
Para muchos lo anterior fue previsible por varias razones. Como alguna vez un gran amigo me dijo: “el PRI es un partido diseñado para sobrevivir del poder”. Y si entendemos al poder como el acceso a recursos económicos, pues es muy fácil descifrar que quienes controlaban estas estructuras electorales necesitarían de recursos para operarlas. Y frente a indiscutibles señales de una victoria guinda, decidieron apostarle al caballo ganador, puesto que sin esa línea de recursos proveniente del presupuesto federal, las mismas desaparecerían.
Sin embargo, tras observar los resultados de las elecciones anteriores podemos concluir algo. El “voto duro” no comprado, era formado principalmente por una generación que fue enseñada a obedecer y no a confrontar. Es decir, la mayor cantidad de personas que siempre votaron de manera similar, actualmente pertenecen al grupo de adultos mayores.
En este segmento, no es poco común encontrarse con gente que al ser preguntada la razón de su voto, no sabían quien encabezaba la candidatura, pero aseguraban que toda su vida habían votado por ese partido. Como si se tratara de escoger un equipo de fútbol con el que habría un vínculo emocional por el resto de la vida. Esa forma de votar está en vías de extinción, puesto que sus principales exponentes cuentan con edad muy avanzada. Si bien los jóvenes llevaron a Morena al poder, es muy poco probable que una o un joven repita el sentido de su votación hacia el mismo partido.
Con base en lo anterior, se podría decir que los modelos educativos han sido medianamente exitosos en la formación de personas críticas, o que el fácil acceso a internet ha llevado a la construcción de una ciudadanía mucho más informada, y con un mayor poder de influencia mediante las redes sociales. Aunque son buenas noticias, tristemente, esto no es el reflejo de la mayoría de la población —aún—.
En ocasiones anteriores he escrito sobre peculiaridades del tema en las columnas “¿Qué tan “útil” es el utilitario?”, y en “Las estructuras y sus geografías”. Pero el gobierno federal mediante la entrega de apoyos incondicionados ha sorteado el problema que generan las juventudes en términos electorales.
Como país, está en nuestro mayor interés velar por la eliminación del “voto duro”. El mismo es reflejo de una sociedad sometida al capricho de una élite que busca perpetuarse en el poder. Nuestras y nuestros legisladores tienen que crear leyes que prohíban la entrega incondicionada de apoyos sociales, así como la entrega de apoyos y/u objetos en tiempos electorales.
Los partidos políticos en México nacieron con la intención de servir a la población, pero fueron manipulados para que se revirtieran los roles. Las y los mexicanos no seremos capaces de trascender este sistema hasta que como sociedad logremos que las candidaturas —y no los partidos o recursos— sean el principal motivo por el cual las personas acudan a las urnas. Pero para lograrlo primero hay que votar por los nuevos, y como ciudadanía ayudar a educar e informar sobre la importancia de las personas detrás del cargo.