
Cecilia González Michalak

Seamos sinceros, las moscas no gustan. Ya sea por su sonido, su terquedad o su apariencia, son insectos que tienen una presencia no grata que recuerda a la descomposición. Existen alrededor de 85 mil especies –incluyendo los mosquitos– volando alrededor del mundo y molestando a perros, humanos y ganado. Son repulsivas (¿han visto sus pelos de cerca?) y muchas veces transfieren enfermedades infecciosas como la la disentería, el cólera, la fiebre tifoidea y la enfermedad del sueño. Por esta razón letal, Baal-Zebub, el señor de las moscas, una deidad filistina, se convirtió en el sinónimo del mismo Satán.
Lo que muchas veces se nos olvida, es que su existencia se justifica al ser animales depredadores de pestes, polinizadores de plantas e, incluso, juegan un papel importante en el ciclo de la vida eliminando cadáveres y descomponiendo la materia fecal. Varias culturas veían a este insecto como algo positivo. Los antiguos egipcios daban una medalla de honor en forma de este díptero a los soldados expertos en ataques persistentes y tormentosos. El chamán de los tlingit usaba una máscara de mosquito para así chupar la enfermedad y el mal de su pueblo. Los inuit portaban amuletos en forma de moscas para convertirse en seres invulnerables ya que son animales muy difíciles de atrapar (el señor Miyagi diría que para pescar una con un par de palillos, no hay que dirigirnos hacia dónde está sino hacia dónde estará).


En el arte, las moscas obtuvieron un significado distinto, como si fueran una distincción a la capacidad realista de los artistas. Giorgio Vasari (1511-1574) fue uno de los primeros historiadores del arte, célebre por sus biografías de artistas italianos, colección de datos, anécdotas, leyendas y curiosidades recogidas en su libro Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos. Una de éstas habla de Giotto (1267-1337), un pintor del Trecento cuyo realismo superó los límites y conceptos del arte medieval y que cimentó los conceptos artísticos del Renacimiento. En esta anécdota se dice que para hacerle una broma a su maestro Cimabue, Giotto pintó una mosca en la nariz del retrato hecho por el veterano, a tal grado que éste trató de espantarla varias veces con su mano hasta que se dio cuenta de la verdad.
A continuación, se muestran algunos ejemplos de musca depicta o moscas retratadas en diferentes pinturas:











