Cecilia González Michalak
Giuseppe Arcimboldo nació en Milán, Italia, en 1527. Su origen fue humilde, su padre se dedicaba a trabajar como vidriero elaborando vitrales, mosaicos y frescos para las iglesias lombardas. Arcimboldo, a sus 22 años, empezó a trabajar junto a su padre diseñando las vidrieras del Duomo milanés. En 1562, cuando tenía 35 años, se trasladó a Viena, para convertirse como el pintor de cámara del emperador Fernando I, y consecutivamente se mudó a Praga, para servirle a Maximiliano II y, posteriormente a su hijo Rodolfo II. Durante sus años en la corte de los Habsburgo, se dedicó sobre todo a decorar mascaradas y confeccionar trajes festivos, de donde quedan un repertorio de dibujos y bocetos que plasman estas celebraciones escénicas y disfraces fantásticos.
Pero Arcimboldo fue un artista, poeta y filósofo adelantado a su tiempo. A pesar de que tenía una gran capacidad visual y artística para captar retratar caras y paisajes de manera tradicional, su mente era capaz de utilizar diferentes elementos acomodados de tal manera que creaba un bodegón que a la vez era un retrato lleno de personalidad. Con fruta, verduras, flores, animales, objetos, lograba incluso hacer obras de arte completamente reversibles, que podían apreciarse al derecho y al revés.
Sus “cabezas compuestas” fueron admiradas por los monarcas a los que sirvió. Eran grotescas y extravagantes al principio, pero observándolas a profundidad, se podía palpar la perspicacia del artista. La delicadeza de la elaboración y la fineza de los detalles que componían cada retrato demostraban una dexteridad y una virtuosidad artística; el divertimento y sentido del humor, transmitían un bienestar del artista, que incluso, había practicado estudiando los grabados cómicos de Leonardo Da Vinci; la innovación de los bodegones, sacando a relucir lo extraordinario de algo tan ordinario como una cucurbitácea, señalaban a un hombre de gran genio que entendió el surrealismo antes de que éste incluso existiera.
Luego de 30 años como pintor y decorador cortesano, Arcimboldo, ya nombrado caballero Sacro Imperio Romano Germánico, solicitó la venia del emperador Rodolfo II para volver a la Italia que lo vio nacer. Con el permiso otorgado, estableció en su ciudad natal un pequeño estudio de arte que le mantendría activo hasta su muerte en 1593. Lamentablemente, después de su fallecimiento, su obra pasó al olvido. Entre el saqueo del ejército sueco que ocupó Praga en 1648 durante la guerra de los Treinta Años, diversos robos, y la adquisición de coleccionistas privados, quedaron –actualmente– 25 pinturas auténticas de su autoría. Fue hasta el siglo XX que los surrealistas, afines también a los juegos visuales, recuperaron su figura y sacaron del ostracismo a este genial y particular artista.