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OPINIÓN

México rojo

Para Richard Overshaw, el duelo es “el proceso en el cual trabajamos para identificar lo que hemos perdido, los sentimientos asociados con nuestra pérdida y quiénes somos a partir de haber experimentado la misma.”

Según Hannah Lothrop, “el duelo es una manera totalmente natural de responder a la pérdida de algo o alguien que amamos y valoramos.” Es un proceso indispensable para poder decir adiós, para sentir que alcanzamos un nuevo orden y, encontramos un nuevo sentido a nuestra vida.

Desde 1998, he tenido el honor de acompañar a cientos de familias tras la muerte de un hijo, por cualquier causa y de cualquier edad. He podido conocer a esos “niños” al través de la mirada amorosa de sus padres y he sido testigo de que el amor es más fuerte que la muerte.

No hay palabra que nos indique que una persona es un padre doliente, como la hay cuando alguien pierde al cónyuge – viudo –, o cuando pierde a sus padres – huérfano. La muerte de un hijo rompe con el orden natural de las cosas. Nunca imaginamos la posibilidad de enterrar a un hijo. Los padres esperamos morir antes que ellos.

Cuando un hijo muere, no sólo se pierde el presente, sino que se pierde el futuro: las graduaciones, las bodas, el nacimiento de los nietos… En la familia, hay un hueco que nunca será llenado. El impacto devastador alcanza no sólo a los padres, sino también a los hermanos, a los abuelos, a los tíos, a los primos, a los amigos. La ola expansiva de dolor impacta a la comunidad que rodea a la familia.

De por sí, incomprendido durante el embarazo y los primeros meses de vida, hay circunstancias que complican este duelo: lo inesperado de la muerte, la violencia con la que sucede, el suicidio, por nombrar algunas.

Mi querido lector, no se trata de escribir sobre temas macabros. Hoy quiero llamar tu atención a la realidad que vivimos en nuestro país. Han sucedido más de 156,000 homicidios en este sexenio y dicen los que saben, que cada hora, desaparece una persona en nuestro país. Como lo he dicho antes, los números y yo no somos amigos, pero a mí saber y entender, son muchas personas las que probablemente, también han muerto.

Cada una de esas personas es el hijo de alguien. Hoy, un padre, una madre, llora la trágica muerte de su hijo o no sabe qué ha sido de él. Dejando a un lado el tema del duelo parental, cada una de esas personas, deja una familia hecha pedazos, sumidos en el dolor y la inseguridad, tratando de hacer sentido de la tragedia que ha llegado a sus vidas.

La primera responsabilidad del Estado es proporcionar seguridad a la población que habita en su territorio. Éste, es un gobierno fallido.

Sé que no hay palabras para consolar a unos padres cuyo hijo ha muerto. Hoy me uno a los cientos de miles de mexicanos que gritamos ¡ya basta! Y hago eco a las palabras de Alejandro Martí: ¡Si no pueden, renuncien!

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