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Escribo este texto antes de que se empiecen a contar los votos en Estados Unidos, pero usted seguramente lo estará leyendo cuando los resultados ya estén cerca de ser finales (lo que podría tardar varios días). Esta disparidad de tiempo es problemática. Los temas relevantes antes de conocer al ganador no necesariamente lo seguirán siendo cuando termine este proceso.
Lo que sin duda seguirá siendo importante es el nivel de polarización que elecciones de este tipo generan, el tipo de consecuencias que producen y la forma en que este proceso electoral puede influir en la democracia estadounidense a futuro.
No dejo de pensar en cómo han cambiado las elecciones en Estados Unidos en los últimos años. El martes en la mañana el reportero Joaquín López Dóriga describía la atmosfera electoral en Washington D.C. como tensa y lúgubre. El gobierno desplegó incluso al servicio secreto, que normalmente se encarga de la protección directa del presidente, para cuidar la ciudad de posibles disturbios.
Es un claro contraste con lo que se vivía hace apenas unos años. El mismo reportero describe su experiencia en la capital estadounidense el día de las elecciones de 2008 como un ambiente festivo. Las elecciones no solían ser una batalla campal entre dos bandos que se perciben casi como enemigos mortales, sino un proceso ordenado para elegir a los siguientes lideres de la nación.
Algunas de las costumbres más arraigadas en la vida político-electoral de los Estados Unidos erosionaron en los últimos años. Estas costumbres influían de manera positiva en el desarrollo institucional de la elección. Destaca significativamente lo que Christopher Anderson llama el consentimiento del perdedor.
La tradición estadounidense descansa en la idea de que el perdedor reconoce el triunfo del ganador, le desea éxito en su mandato y se pone a sus ordenes para lo que requiera. Al menos así era hasta hace cuatro años, cuando Donald Trump y algunos de sus seguidores no reconocieron el triunfo de Joe Biden.
Revivir estas tradiciones será fundamental para mantener la solidez democrática en nuestro vecino del norte. Tanto Trump como Harris quieren tomar el supuesto liderazgo del “mundo libre”. Ninguno de los dos podrá hacerlo si la mitad de su país es su mayor enemigo y el resto del mundo no va a mostrar su apoyo a una nación que no puede ni resolver la pregunta de su propia identidad política. El gran defensor de la democracia global no parece estar en su momento más democrático.
Mientras tanto, Occidente se enfrenta a retos apremiantes: La expansión territorial de Rusia y económica de China, el apoyo internacional al terrorismo, el ascenso de populismos globalizados y el deterioro del medio ambiente. Una vez que se termine este proceso electoral y se anuncien los resultados, valdría la pena analizar como la ganadora o el ganador de esta elección se enfrentará a cada uno de esos retos y algunos más.
Estén al pendiente de mi siguiente artículo, ese será el tema. Mientras tanto, evitemos aumentar el nivel de polarización que conduce a ni siquiera poder aceptar la derrota. Así es la democracia, a veces se gana y a veces se pierde, pero siempre se regresa. La distancia entre la fiesta democrática tradicional que se acostumbraba a vivir en Estados Unidos y la tensión que se palpa en las elecciones más recientes se crea como producto de la polarización