El actual panorama global se caracteriza por una preocupante regresión de los sistemas democráticos, un fenómeno que se ha manifestado de manera notoria a lo largo del siglo XXI. Esta crisis política no es un evento aislado; está intrínsecamente ligada al aumento de las disparidades económicas, la proliferación de empleos inestables y la constante reducción de los salarios. En conjunto, estos factores configuran una crisis global multifacética que demanda atención urgente.
En este contexto de descontento generalizado, el poder ha sido asumido por líderes que prometen transformaciones radicales. Este fenómeno es una respuesta directa a décadas de políticas económicas gubernamentales que han priorizado intereses específicos sobre el bienestar colectivo. El debate, por tanto, no se centra en la necesidad de cambio, sino en la viabilidad de implementar reformas sustanciales que puedan abordar las raíces de estos problemas.
Dentro de los círculos de pensamiento que buscan alternativas, existen dos corrientes principales. Por un lado, están aquellos que creen en la capacidad de reforma del sistema actual. Entre ellos, se encuentran reformistas de derecha, como Donald Trump, que abogan por políticas fiscales y laborales que favorecen a las corporaciones. Por otro lado, están los progresistas, como el Premio Nobel Joseph Stiglitz, quienes sostienen que el capitalismo no puede prosperar con altos niveles de desigualdad y que el Estado debe intervenir para regular los mercados en beneficio de la sociedad.
Sin embargo, hay quienes argumentan que el sistema capitalista es inherentemente incapaz de autorreformarse. Basándose en teorías como las de Karl Marx, señalan que el progreso tecnológico y la búsqueda de una mayor productividad y competitividad llevan a una disminución de la rentabilidad del capital productivo. Esto, a su vez, intensifica la competencia, resultando en la formación de corporaciones gigantes y la desaparición de empresas más pequeñas. Además, las oportunidades de inversión productiva se reducen, desviando capital hacia la esfera financiera y buscando mano de obra más barata en regiones menos desarrolladas, lo que exacerba las desigualdades y los conflictos.