El Mundial de fútbol de 2026 marcará un nuevo récord geográfico: se celebrará entre Canadá, Estados Unidos y México, con 48 selecciones participantes. Sin embargo, este ambicioso despliegue logístico ha despertado duras críticas por su impacto ambiental, cuestionando si el crecimiento del torneo justifica su costo ecológico.
Especialistas como David Gogishvili, geógrafo de la Universidad de Lausana, advierten que mientras otros eventos como los Juegos Olímpicos intentan reducir su huella de carbono, el Mundial masculino de la FIFA parece ir en dirección contraria. A pesar de que los estadios ya existen, las enormes distancias entre sedes —algunas de más de 4,000 kilómetros— implican traslados masivos de equipos, periodistas y millones de aficionados.
La FIFA había estimado en su candidatura una huella de carbono de 3.7 millones de toneladas de CO₂, pero esa cifra ha quedado obsoleta desde que se aumentó el número de partidos de 80 a 104. Aunque el organismo aseguró desde 2018 que mediría, reduciría y compensaría sus emisiones, varias organizaciones y expertos han denunciado la falta de transparencia y pruebas concretas sobre el cumplimiento de estos compromisos.
A pesar de agrupar la fase de grupos en regiones para reducir desplazamientos, la fase final volverá a dispersar las sedes por todo el continente. Para críticos como Gogishvili, el Mundial refleja el “apetito de crecimiento” de la FIFA: más equipos, más partidos, más viajes y, en consecuencia, más emisiones. Según estimaciones, cada partido del torneo podría equivaler a las emisiones anuales de hasta 51,500 autos, encendiendo una alerta sobre los efectos de estos megaeventos deportivos en el clima global.