10 de octubre de 2025
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OPINIÓN

Libros de conflictos: Stasiland

De manera humanista, la escritora se acerca a estos temas escabrosos de manera amable, no con afán de escandalizar y señalar, sino de informar. En su texto quiere mostrar las aristas de un gobierno que sabía todo pero que no permitía saber nada de él. A su caída, la RDA quiso borrar su paso para evitar reclamos internacionales y destruyó la mayoría de sus pruebas. En 1995 el gobierno alemán contrató a un equipo para reconstruir parte de los retazos de documentos encontrados en bolsas de basura; en tan solo seis años, tres docenas de archivistas sólo habían revisado 300 de 16 mil bolsas restantes. Los recursos más valiosos para recuperar esta información son las personas que lograron sobrevivir de manera heroica y que tienen ganas de recordar un pasado doloroso...
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Cecilia González Michalak

Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, la paz no llegó automáticamente. Entre las ruinas de los bombardeos, la salvación de soldados y cuidadanos judíos, y los juicios a los altos cargos del partido Nacional Socialista Alemán, Europa tenía mucho que hacer para poder sanar las heridas de un conflicto que duró seis años.

Al perder, Alemania quedó dividida entre las potencias vencedoras –Estados Unidos, Francia, Inglaterra y la URSS–, por el Comité de Control de los Aliados, para desnazificar a esta nación. Berlín, no fue la excepción, y también fue dividida: el Oeste era de la República Federal Alemana (RFA) comandado por los Sectores americano, inglés y francés, mientras que el Este de la ciudad, se convirtió en la capital de la República Demócrata Alemana (RDA).

La división oficial del territorio tedesco empezó el 23 de mayo de 1949, y para el 13 de agosto de 1961 el muro de Berlín se erigió de la noche a la mañana. Esta construcción se convertiría en uno de los símbolos más importantes de la Guerra Fría y del gobierno soviético. Protegido por la policía popular, la RDA lo creó para protegerse de los posibles ataques fascistas de occidente, pero la realidad era para controlar a todos los alemanes que querían escapar del estado socialista.

La RDA creó la Stasi (Ministerio para la Seguridad del Estado), un organismo de inteligencia usado para encontrar a espías y desertores. Existen unas historias increíbles del control de información soviético: después de su disolución en 1990, además de todos los documentos destruidos y objetos de espionaje, se encontraron incluso despensas con envases con pruebas de olor de los ciudadanos por si alguna vez se les tenía que perseguir con perros entrenados en rastreo.

Anna Funder, autora australiana, se interesó en todas las historias ocultas del muro y en su investigación, entrevistando a sobrevivientes del régimen y a personajes que trabajaron para el gobierno. Con Stasiland, más que una novela con sólo datos y fechas, busca plasmar los testimonios escalofriantes de una sociedad controlada que no podía confiar en absolutamente nadie.

Destacan tres personajes a quienes entrevistó. La primera es Miriam, una mujer que venció el sistema por ser testaruda. Por un malentendido encerraron a su esposo y éste murió de causas sospechosas. A su mujer no la dejaron velarlo, no la dejaron ver a su marido, no la dejaron elegir dónde enterrarlo, no la dejaron ver los resultados de la autopsia. Incluso, casi creman a su difunto sin permiso. Ella quería respuestas e insistió. Insistió mucho. Tanto, que al final la RDA le dio un permiso para que se fuera sin problemas a Berlín occidental.

La segunda es Julia, una chica cuyo único pecado fue haberse enamorado de joven de un chico italiano. La Stasi sospechaba que él era un posible espía y traficante de desertores, pero fue ella quien tuvo que pagar por los platos rotos, incluso si ya habían cortado. Por esa terrible mancha en su expediente no la dejaron estudiar en la preparatoria que necesitaba para poder tener pase automático a una universidad de idiomas para poder poner los subtítulos en los programas y películas de la televisión. Pero hizo preguntas a las altas instancias, –nada más que a Erich Mielke, líder del Ministerio de Seguridad–, e incomodó tanto que venció al sistema y la dejaron en paz.

Por último, Funder logró conseguir entrevistarse con el hombre más odiado de la televisión de la RDA, Karl-Eduard von Schnitzler, conductor de El canal negro. Este programa se emitía todos los lunes a las 21:30, y era cuando toda Alemania oriental apagaba la televisión. Su contenido era, evidentemente, propagandístico, y buscaba ​​criticar las noticias publicadas en los medios de comunicación de Alemania Federal, pero von Schnitzler, muy metido en su labor, sólo escupía veneno de que todos los contenidos del otro lado del muro eran vulgares, libertinos y estúpidos, haciendo que la gente prefiriera informarse sólo viendo las noticias diarias. Enriquecido por haber sido parte del sistema por tantos años, siguió viviendo en una postura en que los momentos del muro fueron los buenos tiempos.

De manera humanista, la escritora se acerca a estos temas escabrosos de manera amable, no con afán de escandalizar y señalar, sino de informar. En su texto quiere mostrar las aristas de un gobierno que sabía todo pero que no permitía saber nada de él. A su caída, la RDA quiso borrar su paso para evitar reclamos internacionales y destruyó la mayoría de sus pruebas. En 1995 el gobierno alemán contrató a un equipo para reconstruir parte de los retazos de documentos encontrados en bolsas de basura; en tan solo seis años, tres docenas de archivistas sólo habían revisado 300 de 16 mil bolsas restantes. Los recursos más valiosos para recuperar esta información son las personas que lograron sobrevivir de manera heroica y que tienen ganas de recordar un pasado doloroso.

A pesar de la dureza del tema, es un texto muy noble que empapa al lector del sentimiento de los berlineses y alemanes de oriente, permitiéndole pasear por las calles que otrora fueron vigiladas por policías armados y controles de seguridad. Uno puede entrar con Funder a los palacios de suelo de linóleo para descubrir vestigios de una mentalidad cerrada y controladora que pecaba de paranoica. Uno puede sentir la impotencia y la injusticia de las personas que lograron sobrevivir y escuchar y entender –mas no compartir– la postura de quienes tuvieron que trabajar en el sistema. Al final, lo importante es no olvidar, porque si fuese así, tendríamos la amenaza de que este horrible hecho se volviese a repetir.

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