8 de julio de 2025 11:08 am
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OPINIÓN

El sintoísmo, Miyasaki y el respeto al otro

Según encuestas del 2016, el sintoísmo es la segunda religión con mayor número de fieles en el país nipón, después del budismo japonés, con 84.5 millones de creyentes para una población de 172 millones de habitantes...

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Cecilia González Michalak

El pueblo japonés ha organizado despliegues de ayuda a países en necesidad cuando éstos han sufrido desastres naturales; sólo hay que recordar cómo ayudaron a México después de los estragos causados por el terremoto de 2017. A pesar de esto, algunas personas siguen discriminando a los pobladores de esta nación por ser “potenciales focos de infección” del coronavirus, simplemente por sus rasgos asiáticos. Estas muestras de apoyo humanitario son debidas a sus valores medulares y a su sistema de creencias, y merece la pena mencionar de dónde provienen para construir un mejor criterio contra el Asian Hate.

Según encuestas del 2016, el sintoísmo es la segunda religión con mayor número de fieles en el país nipón, después del budismo japonés, con 84.5 millones de creyentes para una población de 172 millones de habitantes. Esta doctrina animista afirma la existencia de diversas divinidades, conocidas como kami. Estas deidades pueden ser benignas o malignas, corpóreas o etéreas, y se encuentran en la naturaleza siendo árboles, montañas, islas, fenómenos metereológicos, personajes sobresalientes o antepasados deificados. Es una mitología fuertemente incorporada en el día a día japonés y está arraigada en las costumbres locales.

Aunque existen pocos textos sagrados, y no hay reglas específicas para la oración, los escritos más recurrentes son narraciones mitológicas que explican el origen del mundo y de la humanidad. Esta religión ha dado un código de valores prácticos a los japoneses, moldeando sus comportamientos y determinando su forma de pensar; esto se puede ver en su cultura del trabajo, en el amor a la naturaleza, en la obligación con la sociedad y en el respeto hacia el otro, ya que el humano tienen una naturaleza divina por provenir él mismo de los kami.

Una forma de acercarse a estas creencias y a esta filosofía es ver las películas de Hayao Miyazaki, un genio de la animación, que, en cada cuadro, ha plasmado, no sólo el amor a su país, sino la identidad de toda su nación. En el Kojiki, el texto histórico más antiguo que se conserva sobre la historia de Japón, aparecen muchas de las ánimas retratadas en las películas La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro y Mi vecino Totoro.

1- En La princesa Mononoke (1997) –que realmente debería traducirse como “La princesa de los espíritus vengadores”–, se narra la lucha entre los guardianes sobrenaturales, o kami de un bosque, y los humanos que profanan los recursos naturales sólo para adquirir ganancias y poder.

2- En El viaje de Chihiro (2001) se muestran las aventuras de una niña, quien durante una mudanza, se ve atrapada en un mundo mágico y sobrenatural, teniendo como misión buscar su libertad y salvar a sus padres de una maldición, para poder así regresar a su mundo. Incluso, existe una escena donde Chihiro entra a unos baños a los cuales los dioses van a descansar. Esta parte representa un antiguo rito japonés en el siglo VIII: el ritual de los marebito. Se trata de una celebración ancestral en la que se escenifica la visita de los kami en la festividad de Año nuevo, con el fin de traer salud y bienestar a la gente del pueblo.

3- Por último, Mi vecino Totoro (1988) cuenta la historia de espíritus del bosque que buscan velar por la felicidad de un par de niñas que tienen a su madre en el hospital por tuberculosis y cómo se interrelacionan el mundo de los kami con el de los humanos en la vida cotidiana.

Independientemente de que el sintoísmo sea parte importante de las tradiciones y cultura japonesas, sus valores son universales e inspiradores. Cada una de estas historias habla de la relación recíproca que debería haber entre humanos y espíritus de la naturaleza. A través de un intercambio de inocencia, respeto y bondad, esta práctica diaria permite reconocer las necesidades del otro antes de las propias, generando empatía, fraternidad y armonía.

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