
Rodrigo Saval Pasquel
A veces la creatividad puede ser un vehículo que nos lleve al descubrimiento de cosas nuevas. Hay ingenieros que estudiando a la naturaleza encuentran inspiración para sus obras; músicos que en las matemáticas encuentran ritmo; financieros que de las costumbres generan ganancias; y así como ellos, quien se dedica a las ciencias sociales puede encontrar patrones en la geografía. En este caso particular, en un mapa político que puede ser la clave para predecir comportamientos futuros.
En el caso de México, si analizamos el mapa político de 2017 —es decir, el reparto de entidades federativas entre los partidos políticos— podemos observar algo curioso. El partido en el poder —en aquella época el PRI y su entonces aliado, el PVEM—, gobernaba 15 Estados: Sonora, Sinaloa, Coahuila, Zacatecas, San Luis Potosí, Jalisco, Colima, Hidalgo, Tlaxcala, Estado de México, Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Campeche, y Yucatán.
En comparación de lo anterior, después de las elecciones de 2021 y 2022, el PRI ha perdido todos los Estados anteriormente citados frente a Morena y su hoy aliado —el PVEM— a excepción de Jalisco —que perdió ante Movimiento Ciudadano—, Yucatán —en el que venció el PAN—, y en su conjunto, Coahuila y Estado de México, cuyas gubernaturas aún no son contendidas, sino que hasta 2023 sabremos si cumplen la regla o son la excepción.
Quizás estoy en lo incorrecto, pero lo citado me lleva a dos posibles hipótesis. La primera es que me da la impresión de que estas Entidades —salvo Jalisco y Yucatán que tienen una gran concentración de poblaciones de clase media— pueden ser ganadas mediante el clientelismo político. Es decir, mediante la compra o movilización masiva del voto. Por lo tanto el partido o candidatura que tenga las mayores cantidades de dinero, tendrá la victoria casi asegurada.
La segunda es que el PRI no desapareció, sino que el grueso de sus filas migró a Morena. Esto puede ser explicado fácilmente, ya que como alguna vez un gran amigo me dijo, “el PRI es un partido diseñado para vivir del gobierno”, por lo tanto, el priísmo está acostumbrado a formar parte del aparato gubernamental o depender de sus recursos. Esto como mecanismo de supervivencia de quienes lo utilizaron como medio para llegar a posiciones de poder y/o estabilidad económica.
Si analizamos detalladamente el comportamiento histórico electoral del PRI, nos podemos dar cuenta que este contaba con una eficiente estructura de organización que se activaba mediante la entrega de recursos económicos. En otras palabras, el PRI —en términos electorales— funcionaba como un motor de combustión cuyas partes y engranajes trabajaban de manera casi cronometrada y correcta para llegar a una meta común de la manera más rápida y eficaz, pero que sin gasolina —en este caso recursos—, no iban a mover el carro a ninguna parte.
Este comportamiento no se perdió con la derrota del PRI en 2018, sino que se profundizó con Morena mediante la ampliación de entrega de apoyos sociales gubernamentales y su condicionamiento al voto. Por lo tanto hoy estamos a la merced de una maquinaria con un mucho mayor cilindraje, pero que requiere del doble de gasolina. Y aunque esta forma de ganar elecciones puede ser vencida mediante la educación y mejores condiciones económicas, es probable que —desafortunadamente— aún le quede muchos años de vida.
Ahora, si bien lo anterior no predice qué partidos gobernaran estos Estados a partir del 2024, si nos puede adelantar que quien tenga acceso a fuentes importantes de financiamiento, —como lo puede ser el acceso a recursos federales, o ingresos provenientes del narcotráfico— muy probablemente podrá mantener, recuperar o —en su caso— ganar estas entidades, siempre y cuando tenga la habilidad de negociar con las estructuras electorales ya consolidadas, el apoyo a favor de sus colores. O que atípicamente, sea abanderado por una candidatura que mueva en las y los mexicanos emociones inéditas.