Rodrigo Saval Pasquel
Como todos sabemos, México es una tierra que no puede mantenerse fija —ni literal ni metafóricamente—. Por lo menos en gran parte del país, los temblores se han vuelto un fenómeno regular. Incluso parece accidente el hecho de que nuestro himno nacional contiene la frase “y retiemble en sus centros la tierra”. Pero más allá de la metáfora, ¿qué nos han enseñado los temblores?
Desde la época virreinal, tenemos registro de varios terremotos que han causado daños catastróficos en algunas de las ciudades mexicanas. Sin embargo, los ejemplos más recientes son los sismos del 19 de septiembre de 1985 y de 2017, respectivamente. Fenómenos naturales que con una irónica y siniestra coincidencia sucedieron el mismo día, pero con 32 años de diferencia. Incluso quienes vivimos el sismo de 2017 en la Ciudad de México, podemos recordar que tan solo algunas horas antes de la tragedia, tuvimos un simulacro en conmemoración a aquel fatídico día de 1985.
Creciendo en la Ciudad de México, no era algo raro notar que nuestros padres y abuelos sentían terror al escuchar las alarmas sísmicas en un día normal. Gritos, ataques de pánico, llanto y miedo paralizante. Situaciones que no comprendíamos hasta que nos tocó vivirlo en carne propia. Algo que une a nuestra generación y a la que sobrevivió el sismo de 1985, es que todas y todos recordamos exactamente el lugar en el que nos encontrábamos cuando la tierra comenzó a sacudirse.
A pesar del pánico y la tragedia, a ambas generaciones también nos une algo que va más allá del dolor. En ambas ocasiones, la gente no esperó al gobierno para comenzar a ayudar. Por lo menos en el de 2017, recuerdo que viví el sismo en el Zócalo, y de camino a casa, escuchando la radio, se oían noticias sobre derrumbes en la Condesa. Para mí fue un instinto natural detenerme y ayudar.
Ese día, vistiendo traje y camisa, me uní alrededor de las 14:23 a la cadena humana que se formó en la avenida Nuevo León frente al Parque España para remover el escombro del derrumbe del edificio ubicado en Amsterdam 107. Hecho que le costó la vida a 5 personas. Aún recuerdo la esperanza que sentíamos todas las personas cuando alguien levantaba el puño y pedía silencio. Recuerdo que alrededor de las 19:00, personal militar y de protección civil nos pidió retirarnos del lugar para no entorpecer las labores. Ese día llegue a mi casa envuelto en polvo, mugre y sudor, y en cuanto toque mi cama no aguanté el llanto.
A pesar de todo, al día siguiente fui con herramientas, víveres y material curativo para donarlo en el mismo punto. La respuesta de la población fue abrumadora. Al punto en el que protección civil nos dijo que estaban rebasados de donativos, pero la población ya se había organizado para generar una red de logística entre los puntos afectados para movilizar el apoyo a donde fuera necesario, por lo que mi labor se volvió de distribución. Gente que jamás nos habíamos conocido nos agradecíamos y solidarizábamos para apoyar a quienes se vieron afectados por algo que va más allá de los gobiernos y nuestras diferencias. La tragedia nos unió.
Hablando con gente que vivió el sismo del 85, comentaban que en ese momento, el gobierno sacó al ejército a las calles pero no para ayudar, sino que para defender locales y negocios. Lo mismo enfureció a la población y llevó a la gente a los derrumbes a apoyar con sus propias manos, y —posteriormente— a un cambio de paradigma en la política nacional.
Si bien en 2017 el gobierno tuvo una respuesta —a mi parecer— adecuada, la gente sabía que no podía esperar instrucciones. Y que como en 1985, la solidaridad de las y los mexicanos —por varios días— nos hizo olvidar nuestras diferencias y nos enseñó una valiosa lección: Unidos, siempre saldremos adelante. Que ningún gobierno nos divida.