Niels Rosas Valdez
El pasado 24 de febrero se cumplió un año de la operación militar en Ucrania comandada por Vladimir Putin, lo que comenzó como una controvertida anexión geográfica en 2014, ahora ha estallado en un conflicto de alta magnitud que sigue vigente, y que aún se encuentra lejos de acabar, o también, no se encuentra en su punto más grave todavía.
Con incontables tragedias y crímenes de guerra, este es el resultado de la avaricia de las personas que se encuentran con un alto poder -en cualquier aspecto-, donde la opción más razonable -como la paz o el bien común- nunca fue su prioridad. Además, de que actúan de manera relevante mediante la divulgación de ideologías para apoyar e impulsar sus intereses.
De manera evidente los intereses de los actores internacionales nunca congenian -en cualquier dimensión-, desencadenando tensiones y conflictos donde las partes más afectadas siempre son los que deberían de ser protegidas por estos propios actores internacionales, en estos casos: los civiles.
Si bien las acciones de los actores internacionales no son las únicas que se mantienen relevantes en el plano internacional, sino también las de las propias personas y para el caso a tratar se ve de manera clara que Ucrania había estado dividida. De manera que conviven demasiadas etnias e ideologías con un notable contraste entre las comunidades, mismas situaciones han provocado que escale a una situación tan relevante que comprometa a más actores internacionales para su inminente intervención.
Tal es el caso del Euromaidán que, sucedido entre 2013 y 2014 terminó por ser la consecuencia de esta tensión de ideologías entre los ucranianos, formando dos contrapartes: los europeístas nacionalistas ucranianos y los simpatizantes en favor de Rusia. Dando como consecuencia la eventual anexión de Crimea y Sebastopol a territorio ruso.
Por otra parte, los conflictos siempre yacen de los desacuerdos entre las contrapartes, es decir, que al haber acordado un cese al enfrentamiento y otras condiciones quedan puntos sueltos de manera general, permitiendo que alguna parte aproveche este “vacío en el acuerdo” o también haga otra interpretación de las condiciones para imponer su interés con la respectiva justificación.
Esto lo podemos ver con el acuerdo de Minsk, firmado entre Ucrania y Rusia en 2014 con supervisión de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) con el que se acordó un cese al conflicto en la región de Donbass, -este de Ucrania- donde se encontraban los combatientes separatistas. Acuerdo mismo que ha fracasado, inclusive desde antes de la consolidación del conflicto en 2022 ya que, tanto Ucrania como Rusia han pasado por alto este acuerdo con distintas acciones, el primero con sus operaciones antiterroristas en la región mencionada, provocando una mayor violencia y el segundo reconociendo a la región como independiente de Ucrania, pero queriéndola anexar también a su territorio.
Finalmente, con estos antecedentes ambas partes han justificado sus acciones ya que Ucrania no quiere que su soberanía quede comprometida a la voluntad de Rusia, y el propio gobierno ruso siempre quiso mantener su influencia en la región que se encontraba en disputa, esto con el objetivo de frenar una eventual expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Sin embargo, esto no quita el hecho de que Rusia es el principal agresor en este conflicto debido a la magnitud geográfica y militar que tiene sobre Ucrania.
Tras el análisis de estos detonantes del conflicto actual, podemos reconocer más factores y dimensiones de las diferencias y desacuerdos entre estos dos países, esto gracias a la consideración de más elementos de otros ámbitos en la situación. Por lo tanto, esto nos permite reflexionar más acerca de que las diferencias más comunes pueden escalar a conflictos mayores, y también que a pesar de los acuerdos que se logren cada partidario interpretará el mismo a su conveniencia condenando así, a millones de vidas.