
Cecilia González Michalak

El rococó se desarrolló a principios del siglo XVIII, en el periodo de transición entre el barroco y el neoclásico. El término deriva de la palabra francesa rocaille, un método de decoración que utilizaba guijarros, conchas marinas y cemento para adornar grutas y fuentes en el Renacimiento. Esta extravagancia y maximalismo en los detalles y decoraciones sustituyó la solemnidad y dramatismo usado especialmente para el arte religioso, por un arte hedonista, lleno de alegría, placer, divertimento y alegría.

Este movimiento artístico inició en el país galo, cuando Luis XV (1710-1774), el “Bien amado”, era el rey de Francia, de Navarra y de Nueva Francia (Nueva Orleans, cedida a Gran Bretaña y España después de la Guerra de los Siete Años), copríncipe de Andorra y duque de Anjou. Éste nació a finales del reinado de su bisabuelo Luis XIV (1638-1715), que en su última voluntad estipuló que hasta que el nuevo rey alcanzase la adultez, la nación sería conducida por la regencia de Felipe II de Orleans (1674-1723), hijo del hermano menor del “Rey Sol”. Durante su infancia, Luis XV fue marcado por las bacanales del duque en Versailles, y cómo los excesos llevaron a la muerte a su tía la duquesa de Berry con tan sólo 23 años.


Cuando fue coronado en 1722, se casó al poco tiempo con la princesa polaca María Leszczyńska, hija del destronado rey de Polonia, Estanislao I Leszczynski. A pesar de tener un matrimonio oficial, el monarca era conocido por tener varias favoritas, de las cuales destacaron la Marquesa de Pompadour –Jeanne-Antoinette Poisson a quien conoció en la boda de su hijo, y de la que quedó prendado hasta su muerte, separándola legalmente de su marido, convirtiéndola en duquesa y dándole derecho a sentarse junto a la reina–, y Madame du Berry –Jeanne Bécu, quien también fue amante de Richelieu–.
El reinado de Luis XV propició una época decadente donde reinaban los excesos y donde el adulterio era permisivo en las clases altas, ya que muchos de sus adeptos habían tenido nupcias por conveniencia. La mayoría de los matrimonios eran entre hombres nobles mayores y jovencitas de alcurnia para asegurar descendencia y tras lograrla no importaba demasiado la vida íntima de la pareja, por lo que muchas veces, cada esposo era visto con su amante en las fiestas –como diría Maluma, “felices los cuatro”–. Antes de que las consecuencias de este descontrol llevaran al estallido de la Revolución francesa en 1789, el rococó fue el estilo artístico que plasmó la mentalidad de la época.

Uno de los cuadros más icónicos de este periodo es Les hasards heureux de l’escarpolette, o en español, Los felices azares del columpio, o simplemente El columpio. La historia de este cuadro según el escritor Charles Collé, es que un noble de la corte de Luis XV pidió al pintor Gabriel-François Doyen que realizara un retrato de su amante columpiándose, empujada por un obispo, mientras un joven admiraba las piernas de la joven. Doyen no consideró oportuno realizar una obra tan provocativa y le pasó el encargo al pintor francés Jean Honoré Fragonard (1732-1806), quien lo realizó con gusto.
Fragonard logró representar la vida de la nobleza francesa, que vivía privilegiadamente y a la que sólo le importaba gozar desenfrenadamente sus aventuras y sus emociones de manera lasciva.



