
Luis Manuel Garibay Berrones
Psicoterapeuta sistémico con 15 años de experiencia, docente y terapeuta en la Universidad Panamericana.
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La reciente noticia del rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, como un lugar de horror donde se entrenaba gente para matar y servir al narcotráfico, ha resonado dolorosamente en todo México. Este caso, entre muchos otros, revela la cruda realidad de la desaparición forzada, un crimen que no sólo arrebata vidas, sino que también siembra terror y desesperanza en nuestro país. Como Nodo de Derechos Humanos reportó el 13 de marzo de 2025[1], los crímenes en el rancho Izaguirre son actos de genocidio y lesa humanidad por los asesinatos, la esclavitud, la tortura, la violencia sexual y desaparición forzada que ahí se cometieron. La complicidad de autoridades municipales, estatales y federales, su pacto de impunidad, corrupción y enriquecimiento ilícito hacen aún más profunda esta herida[2].
Ante esta desgarradora realidad, ¿cómo podemos, como sociedad y como individuos, presenciar y acompañar a quienes sufren esta violencia sistémica? ¿Aún se puede hablar de esperanza y justicia en medio de la desolación?
El testimonio heroico de las madres buscadoras emerge irrefutablemente como respuesta a la crueldad de estos crímenes. Lo vemos en su valentía de buscar a pesar del dolor, el riesgo y el peligro en el que están por la grave crisis de derechos humanos en México. Vemos su unidad en familias y colectivos, con las organizaciones de la sociedad civil y otros organismos internacionales que les acompañan, como ejemplos de resiliencia y resistencia civil. Estas madres nos muestran que no hay peor soledad que la del dolor que es silenciado. La forma en que se sostienen al recorrer el país, acudiendo a hospitales, prisiones, albergues o sitios de trata para encontrar vivos a sus hijos y familiares. O al excavar en fosas y crematorios clandestinos para identificar los cadáveres o hallar los restos mortales que les permitan contestar a sus angustias, demuestra que por más doloroso y atroz que sea, su amor necesita conocer lo que está pasando, necesitan entender lo que les sucedió a sus hijos porque es su derecho a la verdad y la justicia. Es su derecho como madres que sus hijos les sean devueltos con vida, así como su lucha por mantener viva su memoria.
Podemos ver en ellas las claves de su perseverancia:
Expresión pública y auténtica del dolor y la indignación, la rabia y la tristeza. Cuando la Fiscalía General de Justicia autorizó que los colectivos y organizaciones visitaran el predio de Izaguirre, no para buscar, sino solo para visitar, declaró Patricia Sotelo, una madre buscadora, para Animal Político[3]: “Nos dieron indicaciones que teníamos 15 minutos para ver y entrar. Yo no vengo a un museo, no vengo a un zoológico, de party a divertirme. Yo vengo a ver si encuentro a mi hija aquí, yo vengo a ver si aquí estuvo mi hija”.
Nos demuestran que el dolor compartido se transforma en fuerza colectiva, por su capacidad de generar redes de apoyo mutuo para darle sentido a su dolor en la búsqueda, encontrar consuelo haciendo lo que nadie más hará por ellas y construir comunidad. “Las autoridades nos obligaron a estar en este lugar, a buscar porque si no les buscamos nosotras, nadie más lo va a hacer. Nosotras rascamos la tierra buscando a nuestros amores. Las autoridades obstaculizan, no garantizan nuestra seguridad, mucho menos dan herramientas. Siguen sin hacer su trabajo y para ellos, nuestros desaparecidos son meras cifras”, denuncia la buscadora Tranquilina Hernández en entrevista con Presentes[4].
Honran la memoria de sus hijos al compartir sus historias, fotos y recuerdos, no solo como un acto de amor, sino de resistencia política protestando y participando en eventos conmemorativos como la Marcha Nacional de la Dignidad. Como dice Verónica Rosas en ONU Mujeres[5]: “Yo soy la voz de Diego. Y a dónde quiera que yo vaya siempre diré que me falta. Siempre vamos a mencionarlos, porque son vidas las que buscamos”.
Estas mujeres nos transmiten un poderoso mensaje de esperanza y acción: aunque el dolor es inmenso, también lo es la fuerza del amor vivo. Me conmueve saber que si un día me pasa lo que ellas han pasado, no estaré solo, que hay una comunidad que busca justicia, rompe con la indiferencia y exige un México más humano. A mi hoy me inspira escribir y compartir en redes sociales lo que ellas hacen. Sobre todo a buscar: ¿qué más está en mí hacer?
[1] Nodo de Derechos Humanos, 13 de marzo de 2025. Sobre el campo de concentración y exterminio en Jalisco. https://www.elsaltodiario.com/saltamontes/campo-concentracion-exterminio-jalisco
[2] Sugeyry Romina, 30 de marzo de 2025. 50 años de desapariciones. https://www.sinembargo.mx/4632814/el-estado-fue-el-primero-en-desaparecer-inocentes-impunemente-luego-los-criminales/
[3] Siboney Flores. 20 de marzo de 2025. “Fue un circo”, reclaman familias buscadoras tras recorrido en Rancho Izaguirre en Teuchitlán; fiscal general no llega a encuentro. https://animalpolitico.com/estados/circo-familias-buscadoras-recorrido-rancho-izaguirre-teuchitlan
[4] Agencia Presentes. 17 de marzo de 2025. ¿Quiénes son las madres buscadoras de México? https://agenciapresentes.org/2025/03/17/quienes-son-las-madres-buscadoras-de-mexico/
[5] Elena Coll y Martina Spataro. 21 de julio de 2022. Hasta encontrarles: la lucha incansable de las madres buscadoras. https://mexico.unwomen.org/es/stories/noticia/2022/07/centro-de-estudios-ecumenicos