
Carla Roel de Hoffmann
Doctora en Derecho, especialista en mediación familiar, y profesora en la Universidad Panamericana.
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La sentencia Dobbs v. Jackson, de junio de 2022 revirtió el precedente de Roe v. Wade, de 1973, que reconocía el derecho al aborto de la mujer y el de Planned Parenthood v. Casey, de 1992, que reafirmaba el derecho al aborto pero con algunas restricciones.
Seis de los nueve Ministros de la Suprema Corte de los Estados Unidos de América, confirmando el proyecto de Samuel Alito, determinaron que la Constitución no protege el derecho al aborto de la mujer y que la Corte se extralimitó protegiendo este derecho a nivel federal, lo que regresó la decisión de los alcances del derecho al aborto a las legislaturas estatales, acción que ha causado que en algunos estados se restrinja o se prohíba el aborto, sin excepciones, mientras que en otros, se siguen prestando servicios abortivos de manera abierta.
Hoy leo en The Georgia Sun, que una mujer de 24 años fue detenida y acusada de ocultar la muerte de una persona y de abandono de un cadáver tras sufrir el aborto espontáneo (miscarriage) de su bebé de 19 semanas.
Uno de sus vecinos denunció que había una mujer inconsciente y sangrando en su edificio. Así la encontró la policía, junto con los restos de su bebé, que se encontraban en una bolsa de plástico.
Como mujer y como tanatóloga, me horroriza esta noticia. El aborto espontáneo es un acontecimiento frecuente: uno de cada cuatro embarazos termina con la muerte del bebé, de causas naturales, antes de las 20 semanas de gestación.
Pero por más frecuente que sea, este acontecimiento es un duro golpe para la madre de ese bebé que muere, para su familia y para la sociedad que la rodea. He trabajado con cientos de mujeres que han sobrevivido a la muerte de su hijo durante las primeras 20 semanas de gestación y puedo afirmar que es una experiencia profundamente dolorosa.
Acusar a una mujer de la trágica muerte de su hijo, cuando ésta está totalmente fuera de su control es revictimizarla de manera innecesaria. Es complicar su duelo culpándola por algo que no quiso y que no hizo. Es verdaderamente carente de toda compasión y sólo muestra una profunda ignorancia sobre el proceso natural de la vida, de la procreación y del duelo.
Como lo afirmado en otras ocasiones, soy provida. Pero no entiendo la aplicación de una ley que prohíbe el aborto tras las seis semanas de gestación (la heartbeat law) a una mujer que está pasando por la peor tragedia de su vida: la muerte de su hijo.
Cuando mi hija Carlota murió en el embarazo, el doctor me mandó a casa a esperar que comenzara el trabajo de parto. Me dio material estéril para recuperar el cuerpo de mi hija y para llevarlo al hospital para que fuera estudiada su causa de muerte. Corrí con la suerte de estar rodeada de personas inteligentes, informadas y compasivas que evitaron que yo fuera víctima de una acusación por cualquier barbaridad.
No es la primera vez que sucede algo similar desde la decisión Dobbs v. Jackson, lo que me lleva a pensar que, hasta que no nos atrevamos a establecer claramente cuándo inicia la vida y, a partir de la realidad, seamos capaces de establecer leyes claras, justas y razonables, que regulen la realidad, no la idea ignorante que tiene el legislador fanático, no seremos capaces de proteger la vida, desde su concepción hasta su fin natural.