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OPINIÓN

¿Y si Jamie fuera mi hijo?

Vemos que el papá de Jamie quiso hacer algo diferente respecto de lo que él vivió como hijo: no quiso ser un padre violento y autoritario. Aunque tampoco supo cómo conectarse con su hijo para guiarlo...

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La serie «Adolescencia», de Netflix ha dado mucho de qué hablar por su crudeza. A mi particularmente me conmovió el último capítulo en que los padres sufren el estigma social por lo que hizo su hijo y con gran pena nos transmiten la pregunta: ¿qué hicimos mal? A pesar de nuestro amor y buenas intenciones, ¿en qué nos equivocamos? 

Me dolió verlo, pero desde la empatía también pienso: ¿y si Jamie fuera mi hijo? Más allá del miedo que me genera, creo que muchos adolescentes hoy están atravesando situaciones emocionales muy complejas y quiero aprender cómo acercarnos a ellos.

¿Qué pasó con Jamie?

Jamie no se volvió así de la noche a la mañana. Detrás de su comportamiento seguramente había dolor, vergüenza, soledad y mensajes equivocados sobre lo que significa “ser hombre”. Parece que nadie lo ayudó a nombrar lo que sentía, a entender su rabia o encauzarla éticamente. Buscó pertenencia fuera de casa y encontró en internet discursos de odio disfrazados de “fuerza” que posiblemente lo hicieron sentir aceptado y seguro. No nació siendo malo, sino que aprendió a defender su vulnerabilidad emocional con frialdad y misoginia porque no encontró otra orientación.

¿Y si yo fuera el papá o la mamá de Jamie? ¿Qué podría hacer diferente? Vemos que el papá de Jamie quiso hacer algo diferente respecto de lo que él vivió como hijo: no quiso ser un padre violento y autoritario. Aunque tampoco supo cómo conectarse con su hijo para guiarlo. No culpa a la madre de que la crianza era su responsabilidad mientras que él proveía el ingreso económico, así que supongo que la madre gozaba de cierta simetría de poder con su pareja y que supo tomar los beneficios de la igualdad de género para darle voz y seguridad a su hija, sin embargo no supo adecuar esta perspectiva para su hijo.

Pienso algunas claves que nos pueden servir de punto de partida para conectar con nuestros hijos y entender sus necesidades:

1. Escucha sus conductas.

Mi hijo no tiene por qué saber con claridad lo que siente o necesita. Pero su conducta, su silencio, su enojo, incluso su indiferencia, están comunicando algo. Pregúntate: ¿qué hay detrás de esto? Y ayúdales a describir lo que sienten y por qué. Nuestros hijos requieren que seamos padres disponibles para que ellos se acerquen cuando pueden expresar lo que necesitan y por sobre todo, activos para construir un vínculo cuando aparentemente no lo permitan. 

2. Hazle sentir que importa más por lo que es que por lo que logra.

Muchos adolescentes sienten que solo son valiosos si cumplen expectativas: buenas calificaciones, buen comportamiento, logros visibles porque así se traduce el éxito en nuestros días: tener dinero, hacer negocios y lograr prestigio social. Y por esto lo que más necesitan en esta etapa es confirmar que son amados en su ser, reconocidos en sus cualidades y que nos sentimos orgullosos de sus esfuerzos aunque crean que son insuficientes y nos decepcionan. 

3. Por lo anterior, cuestiónate tus propias ideas sobre género, éxito, felicidad.

Sin darnos cuenta, a veces transmitimos mensajes como “los hombres no lloran” o “las mujeres exageran”. También es fácil recriminar la mala influencia de los otros, del grupo social que no comparte nuestros valores: los ricos, los pobres, los woke, los conservadores, etc Esos mensajes van formando una forma de ver el mundo dicotómica y polarizada que puede ser dañina. También nuestras expectativas sobre lo que hemos o no logrado y quisiéramos que ellos realizaran. Revisa qué estás enseñando con tus palabras, y especialmente con tu ejemplo.

4. No le tengas miedo a las emociones y conversaciones difíciles.

A veces evitamos hablar de tristeza, enojo, culpa o miedo porque no nos gusta verles así o no sabemos qué hacer para consolarles. Damos respuestas rápidas como que ahora ellos gozan de privilegios que no tuvimos o creemos que no deberían de quejarse porque nosotros la tuvimos más difícil. Sin embargo, tus hijos necesitan que los ayudes a entender lo que sienten en sus circunstancias. Tu presencia, tu calma y tu disposición les ayuda a calmarse y ver los problemas “sin solución” desde otra perspectiva.

5. Parece trillado y que no es tan importante, sin embargo: ¡pon límites! 

La firmeza sin afecto genera rebeldía o sumisión en los hijos, y nos vuelve papás reactivos y controladores. El afecto sin límites genera confusión, y nos vuelve papás permisivos e idealizadores, como si nuestro amor fuera suficiente para protegerlos. La formación del juicio crítico requiere de la firmeza que permite distinguir lo bueno de lo malo, y del afecto que da seguridad para aprender de los errores. Cuando pongas límites, se constante, explica el porqué, escucha y valida lo que siente, antes de dar tu punto de vista o no estés de acuerdo.

Tanto la adolescencia como la paternidad responsable son un camino de formación que se aprende y se entrena en las oportunidades cotidianas para mejorar. La clave es estar atentos, preguntar con amor, buscar ayuda cuando haga falta y formarnos. Nuestros hijos no necesitan padres perfectos, sino afectivamente presentes y valientes para entrar en su mundo emocional con respeto, conversaciones difíciles y límites claros. Jamie no encontró un adulto que supiera cómo acompañarlo, pero tus hijos sí pueden encontrarlo en ti. 

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