En 2019, un concepto sueco conocido como «flygskam» o «vergüenza de volar» captó la atención global, refiriéndose al sentimiento de pudor que surge al viajar en avión, consciente de las emisiones de dióxido de carbono generadas. Aunque se predijo que este movimiento amenazaría la industria aérea, las cifras, como el aumento de pasajeros en aeropuertos españoles de 2018 a 2023, sugieren que la conciencia ecológica aún no supera el deseo de explorar el mundo. Sin embargo, en el último lustro, las implicaciones éticas de otras facetas del turismo han ganado terreno. El turismo de masas, que históricamente se concentraba en destinos específicos, ahora se extiende a centros urbanos, áreas rurales atractivas e incluso barrios obreros, generando una percepción de que «nuestra civilización está muriendo de turismo», como señala el antropólogo Emilio Santiago.
Esta propagación de los efectos del turismo ha generado protestas antes inimaginables, como las de Canarias (18-M) o Málaga (28 de junio de 2024), donde las preocupaciones ambientales se entrelazan con la crisis de vivienda y la precarización laboral. Paradójicamente, incluso los jóvenes que padecen estas consecuencias en temporada alta desean escapar y viajar, convirtiéndose ellos mismos en turistas. La industria turística ofrece una gama infinita de experiencias, desde cruceros hasta aventuras exóticas, lo que plantea una pregunta crucial: ¿hasta qué punto queremos participar en este negocio y podemos permitirnos no hacerlo? A menudo, la capacidad de optar por alternativas más conscientes es un privilegio.
La reflexión sobre el «turista problemático» ha pasado de la culpa a la búsqueda activa de alternativas. Aunque el ecologista Emilio Santiago critica la «impugnación moral» del turismo por considerarla ineficaz, Juan Luis Toboso, comisario y docente, propone un turismo más consciente visitando amigos en otras ciudades, comprando productos locales y evitando los circuitos turísticos estandarizados. Él incluso evita difundir sus descubrimientos para proteger la autenticidad de los lugares. Esta perspectiva, que sugiere que la «vergüenza de volar» puede ser útil para una minoría responsable de la mayoría de los vuelos, no es justa para la mayoría de la población, ya que la «autocontención» puede parecer ascética.
El profesor de Filosofía Juan Manuel Zaragoza enfatiza que la pregunta no es si podemos viajar, sino si podemos viajar «todos, todo el tiempo, a todas partes» de manera sostenible. Propone formas de turismo más respetuosas, como los viajes a vela, y destaca que la conexión del turismo con las industrias fósiles es la raíz de muchos de los problemas ambientales. Si bien la ONU elaboró un Código Ético Mundial para el Turismo en 2001, muchos sienten que sus principios están siendo pisoteados, lo que indica que el fenómeno depende más de grandes estructuras empresariales y políticas que de la actitud individual del turista. Zaragoza sugiere una ética individual basada en la contribución a la habitabilidad del lugar visitado, preguntándose si nuestra presencia mejora sus condiciones o, por el contrario, fomenta la explotación de la clase trabajadora.