29 de marzo de 2024 10:02 am
OPINIÓN

Lealtad al Gobierno

AUDIO COLUMNA
Jaime Tbeili Benpalti

Después de una horrible y cuestionable derrota de Miami Heat a manos de Boston en el último minuto del juego 7 tuve que enfrentarme a la horrible realidad de lo que planteé en mi artículo pasado: Mi equipo no cumplió mis expectativas y aún así me mantuve firme como fanático de Miami. Sigo diciendo que fue un buen año para apoyar este equipo, pero dolió haber estado tan cerca de llegar a las finales y no haberlo logrado.

Inevitablemente, la decepción me llevo a pensar en la actual administración en nuestro país. Curiosamente, no estoy decepcionado con la cuarta transformación. A pesar de algunos limitados y escasos momentos en los que algunas iniciativas parecían tener sentido, nunca creí en la 4T. Para decepcionarse, uno primero tiene que creer en algo que después demuestra fallar o ser falso. No es mi caso.

Sin embargo, sí creo que debería de ser el caso de muchas otras personas. Después de todo, la mayoría de los votantes en 2018 apoyaron al cabecita de algodón de palacio nacional. Creyeron en él. Al menos algunos de ellos deben de estar decepcionados con los deficientes resultaos de su administración.

Si bien es cierto que los niveles de popularidad de AMLO siguen siendo altos, también es cierto que en México ha aumentado la pobreza y se ha estancado el crecimiento económico, la respuesta a la pandemia ha dejado mucho que desear, las propuestas de Morena son cada vez más descabelladas y la democracia institucional atraviesa una clara crisis. Los indicadores no favorecen al presidente, y tarde o temprano, le costará en su popularidad.

Desde esta perspectiva es que quiero atender las preguntas prometidas en el artículo anterior: ¿Qué nivel de compromiso tenemos de apoyar a un gobierno que no genera resultados? ¿Qué estamos dispuestos a hacer por defender un gobierno? ¿Cómo logran los malos gobiernos mantener sus bases de “fanáticos”?

Nos guste o no, todos los países tienen administraciones buenas y malas en términos de resultados. Un buen gobierno puede generar desarrollo y bienestar, mientras que un mal gobierno puede dañar de manera tremenda a sus habitantes. Sin embargo, la administración pública no es el único factor que considerar. Para que se generen resultados positivos, la confianza y apoyo de la ciudadanía es indispensable. Al final del día, la economía se compone de decisiones humanas, no solo de decisiones burocráticas.

Aparece aquí un circulo vicioso: Si la gente no confía en el gobierno este difícilmente puede dar resultados y si el gobierno no da resultados pierde cada vez más la confianza de la gente. ¿Quién tiene que romper esta dinámica? ¿Debe el pueblo de confiar ciegamente en un gobierno con acciones concretas (invertir en el país, por ejemplo) incluso antes de que este muestre resultados?

Algunos dirían que todo gobierno legítimo se merece la oportunidad de probar que puede dar resultados. No es raro que al principio de una administración la ciudadanía se muestre más dispuesta a apoyar al mandatario. De hecho, en los primeros meses del gobierno de López Obrador su popularidad rebasó el 80%. Lo que quiero decir es que este círculo vicioso no necesariamente aparece de la nada. Se va fortaleciendo cada vez que el gobierno defrauda a la población.

Aparece un problema cuando la población no deja de apoyar a un gobierno que no da resultados. Como en el caso de los equipos deportivos, la identidad juega un papel fundamental en esto. Hay personas que se describen como priistas, morenistas o de cualquier otro partido, y que sentirían como una traición a su identidad el dejar de apoyarlo. Para la democracia es fundamental que el mal gobierno sea castigado en las urnas. Sucede a menudo que los resultados son mixtos, confusos y diferentes en el corto y largo plazo. Lo que dificulta esto.

Cuando se enfrentan aquellas personas que apoyan de manera incondicional al gobierno con los que lo rechazan, también de manera incondicional, los resultados dejan de ser importantes. Importa quien tenga más fuerza y quién esté dispuesto a hacer más para demeritar al otro. Eso no le hace bien a ningún lado, y no le hace bien a un país.

Sé que no lo abordé de manera directa, pero la conclusión de esto es sencilla: Contrario a lo que diría cualquier populista moderno, no es lo mismo lealtad al gobierno que lealtad a la patria.

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