Europa contiene la respiración ante la escalada de la tensión con Rusia. En las últimas semanas, el gobierno de Vladímir Putin ha intensificado su postura militar mediante el despliegue de misiles de largo alcance en zonas estratégicas cercanas a la frontera con países miembros de la OTAN. Esta acción, vista como una respuesta directa al fortalecimiento militar occidental, ha disparado los temores de una confrontación sin precedentes.
Este movimiento del Kremlin se produce en un momento crítico, con la continua resistencia de Ucrania a la invasión rusa, la reciente adhesión de Suecia y Finlandia a la OTAN, y un clima diplomático cada vez más inestable. Europa del Este, en particular, está viviendo jornadas de máxima alerta.
Según informes, Rusia ha desplegado sistemas de misiles en Kaliningrado, su enclave situado entre Polonia y Lituania. Este posicionamiento estratégico pone al alcance de Moscú, en cuestión de minutos, varias capitales europeas, incluyendo Berlín, Varsovia, Estocolmo e incluso ciudades occidentales como París y Madrid. Dmitri Medvédev, ex presidente ruso, declaró contundentemente que Suecia y Finlandia se han convertido en «objetivos legítimos» para Rusia, dejando clara la visión de Moscú sobre la expansión de la OTAN como una amenaza directa.
Ante este avance ruso, la OTAN ha reforzado su presencia militar en Europa del Este, intensificando los patrullajes aéreos y desplegando sistemas de defensa antimisiles en Polonia, los países bálticos y el norte de Europa. El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, advirtió sobre la mínima diferencia de tiempo, apenas diez minutos, para un posible ataque entre Moscú y capitales como Varsovia o Madrid, subrayando la urgencia de una respuesta coordinada. Además de los despliegues militares, la OTAN ha iniciado simulacros de ciberdefensa ante la creciente amenaza de ataques híbridos.