Por Maribel Gavito
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En esta oportunidad quiero compartirles una experiencia vivida hace poco.
¿Cuántas veces hemos oído a personas decir “vive el momento”, “atesora el presente”?
Yo, muchas veces. Y comparto la idea y el fundamento detrás de estas frases pero, aunque he mejorado, la inercia de vivir en prisa constante, en planeación perpetua de lo que viene, aún tratando de no ver el pasado y de no pensar todo el tiempo en el futuro, me rebasa.
Y sucedió que un día tuve dos eventos a los cuales asistir, contradictorios en cierto sentido el uno con el otro, gracias a los cuales por fin pude concretar, hacer consciente, el sentido de vivir el presente.
El primero, en la mañana de ese día, fue asistir a un Baby-shower, (una reunión para dar la bienvenida al bebé que pronto nacerá). El ambiente era festivo, alegre, con emoción por la llegada próxima del bebé. La madre, algo cansada, estaba llena de alegría tras la larga espera de un embarazo y las incomodidades que conlleva, sobretodo en el último trimestre. En este evento todo era alegría, esperanza, gozo.
La tarde del mismo día, asistí a un velorio. Un velorio diferente. La persona que falleció era un joven muchacho de 19 años. Estaba enfermo. Tenía cáncer. Fue un momento lleno de contrastes:
El despedir a una persona joven, siempre es impactante ya que en el orden natural de la vida, esto no debería de suceder. Este muchacho en particular, siempre demostró sus ganas de vivir y el amor que tenía por la vida sorprendiendo siempre a propios y extraños por su ánimo y superación de muchas dificultades a lo largo de esta enfermedad. Sus amigos y compañeros estaban muy tristes. Su familia triste también, pero con una fe en Dios enorme, con una entereza y una aceptación de la realidad muy impactante para los que los acompañamos. Lo que llevo en el corazón es el mensaje que su mamá dio, lleno de gratitud, de amor, de fuerza y entereza, despidiendo a su hijo de esta vida y llena de esperanza de reencontrarlo en un futuro en la vida que sigue de ésta.
Al llegar a mi casa, me sentía muy cansada, había tenido un día lleno de emociones fuertes: la alegría y la tristeza, el dar abrazos de felicidad y de consuelo pero, en ambos casos, lo constante era la gratitud y la esperanza. Gratitud por la vida que llega y por la que parte a vivir una nueva vida, gratitud por las nuevas posibilidades y por las experiencias vividas, las lecciones aprendidas. Gratitud por el gozo que se vive y el gozo vivido. Esperanza de que todo saldrá bien en el futuro y la esperanza del reencuentro. La aceptación con alegría de un nuevo ser de quien uno será responsable y la aceptación de dejar ir, habiendo hecho todo lo humanamente posible y de estar en paz.
Y todo eso me lleva a comprender profundamente el sentido de vivir el momento. Damos por hecho que la vida es lineal, como nosotros queremos y la vivimos en automático, tan metidos en nuestras actividades diarias que olvidamos que sólo podemos vivir un día a la vez, que el ayer ya se fue y que el mañana todavía no llega y tampoco puede ser y sólo nos causa ansiedad el pensar en él.
Ojalá podamos valorar el día de hoy, el presente, el momento que estamos viviendo, disfrutando plenamente lo que ocurre en esos instantes, porque la vida es eso: un instante y que cambia y nos cambia también en esa medida de tiempo, un instante. En una inspiración llegamos a este mundo y en una exhalación nos despedimos de él.
No desperdiciemos esta vida, llena de instantes que nos dan experiencias y aprendizajes que nos convierten en mejores personas, el presente en un regalo que debemos atesorar.
