El domingo pasado, Giorgia Meloni, la primera ministra de Italia, señaló que su país podría salirse de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, un macroproyecto de China que tiene la intención de acercar a Oriente con Occidente a través del comercio y la conectividad. Sin duda es una noticia que causa intriga, pero también preocupación en Beijing. ¿Cuál sería el impacto de esta decisión?
La Iniciativa de la Franja y la Ruta, conocida comúnmente como la Nueva Ruta de la Seda, es un proyecto que ha encaminado China desde hace una década. Atraviesa múltiples países desde Asia, pasando por África y llegando a Europa. Precisamente por ello, en estos años Beijing ha intentado mejorar sus relaciones diplomáticas con los Estados por los que atraviesa esta enorme estrategia china de desarrollo, interacción y cooperación internacionales. Desde luego, en algunos casos el Zhongnanhai ha logrado más éxito que en otros.
Esta trascendental iniciativa obedece a tres situaciones. La primera es el progreso económico y de influencia política que ha logrado generar China en los últimos años, particularmente en los últimos tres lustros. Este efecto le ha permitido construir muchos nuevos lazos comerciales y fortalecer los existentes. De esta manera, Beijing se convierte en un nuevo protagonista de la economía mundial.
La segunda se deriva de la primera. A raíz de este avance sustancial chino es que el Zhongnanhai ha podido proponer con éxito el macroproyecto referido a una serie de Estados en varios continentes. Ante la evidencia del desarrollo económico chino, muchos países han buscado interactuar con el gigante asiático para mejorar sus probabilidades de crecimiento. No es cosa menor, la confianza de las naciones depositada en China ha sido producto de su éxito, además de que evidencia una capacidad titánica de diplomacia y cabildeo como parte de la política exterior china.
La tercera se nutre de las dos anteriores. El crecimiento de China en múltiples puntos y sus capacidades han mostrado la fortaleza que ha alcanzado en el escenario internacional. Eso ha beneficiado a varios países, pero también ha sido motivo de preocupación para otros. En este último grupo podemos encontrar a Occidente en general, pero de manera particular a Estados Unidos de América y la Unión Europea (UE).
Italia es uno de los 27 países que conforman este conglomerado europeo de naciones y es el único del G7 que ha aceptado integrarse a la Franja y la Ruta de China.
Es cierto que los Estados buscarán garantizar su supervivencia a través de una variedad de acciones e instrumentos. Para conseguir lo anterior, Roma tuvo un acercamiento muy interesante con Beijing para beneficiarse del macroproyecto chino. Sin embargo, si bien puede ayudar a la nación italiana, el movimiento no ha sido del agrado de Bruselas por la competencia geopolítica que alberga la iniciativa china de comercio, desarrollo y conectividad.
La actual administración de la Comisión Europea de la UE, presidida por Úrsula von der Leyen, ha elaborado su propio proyecto integrador de cooperación, comercial y de conectividad en el globo, llamado Global Gateway. De esta manera, el hecho de que Italia abandone la iniciativa de la Franja y la Ruta significa un movimiento interesante en favor del plan europeo y una pérdida sensible para el que proviene de Beijing.
Puede verse como una sacudida, pero claro que no es ni mucho menos el fin para China. Roma ha señalado que puede salirse de la iniciativa de la Franja y la Ruta, pero que aún así busca una cercanía significativa con Beijing. Desde luego, nadie en su sano juicio rompería relaciones comerciales con el gigante asiático; el enfoque de la interacción de Italia sería otro de menor peso, que no haga peligrar el desarrollo y fortaleza del proyecto de casa, es decir, el Global Gateway.
Artículo originalmente publicado en www.lalupa.mx
