La inteligencia artificial (IA) ha avanzado significativamente en las últimas décadas, pero sigue atrapada en un desafío crucial que lleva más de 50 años sin resolverse: cómo dotar a las máquinas de conocimientos de sentido común. Este tipo de conocimiento, que los humanos adquirimos a través de nuestras experiencias cotidianas, es esencial para una comprensión profunda del lenguaje y para el desarrollo de una IA general.
Uno de los principales problemas es que los modelos actuales de IA generativa, como GPT-4, no son capaces de razonar verdaderamente. En pruebas contrafactuales, donde se les presenta información que no formó parte de su entrenamiento, estos modelos fallan notablemente. Esto sugiere que, en lugar de razonar, simplemente reproducen patrones de texto aprendidos, lo que limita su capacidad de enfrentarse a situaciones imprevistas o complejas.
La solución para avanzar hacia una IA que posea sentido común parece estar en dotarla de un cuerpo multisensorial. Este enfoque permitiría que la IA interactúe con el mundo físico, aprendiendo a través de sus sentidos de manera similar a como lo hacen los seres humanos. Proyectos como GATO y PLATO de DeepMind ya están explorando este camino, integrando datos sensoriales para desarrollar una comprensión más completa del entorno.
Aunque los avances son prometedores, la realidad es que las IA actuales aún no comprenden verdaderamente lo que generan. Este fenómeno, conocido como “habilidades sin comprensión”, plantea serios retos éticos y sociales. Para mitigar estos riesgos, es crucial que se eduque a los ciudadanos y, en particular, a los políticos, sobre las verdaderas capacidades y limitaciones de la IA. Solo así podremos aprovechar sus beneficios mientras evitamos los peligros que conlleva su desarrollo descontrolado.
