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OPINIÓN

¿Sé qué quiero ser?

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Carla Roel de Hoffmann

El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define vocación como “inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de la religión” o “inclinación a un estado, una profesión o una carrera.”

Como lo he dicho en otras ocasiones, la elección de carrera es la segunda decisión más importante en la vida de la persona, la primera, siendo la elección de pareja.

Cada inicio de curso, a mis alumnos de primero y segundo semestre, les pregunto por qué eligieron la carrera en la que están y qué les motivó a inscribirse en nuestra Universidad y no en otra. Las respuestas son tan variadas como las personas que las dan: algunos de ellos saben lo que quieren y tienen claro los pasos que han de dar para alcanzar sus metas. Otros, parten de una idealización de la realidad y es evidente que han visto muchas series y no tienen idea de lo que quieren.

Es común que, en los primeros semestres de la carrera, algunos alumnos se den cuenta que no tienen las habilidades requeridas para ser exitosos académicamente – no porque no tengan la capacidad intelectual, sino que su mente es más matemática o que no pueden con medir espacios – o que el contenido de las materias de la carrera no les gusta y no se visualizan tratando esos temas toda su vida profesional.

En muchas preparatorias tratan de ayudar a los alumnos a cuestionarse su vocación mediante exámenes psicopedagógicos que pueden orientar a los jóvenes hacia alguna rama del conocimiento y además, presentarles las carreras que se encuentran dentro de ellas.

La verdad es que la oferta educativa superior es enorme. Hay carreras para todos los gustos, capacidades y habilidades. Aunque me encuentro en el mundo académico, hay algunos programas que me son tan ajenos que no imagino quién puede estudiar eso, hasta que conozco a alguien que es feliz en esa rama del quehacer.

Mi línea de investigación es el matrimonio canónico. Sé la importancia, y las gravísimas consecuencias existenciales, de una nula o deficiente preparación para el mismo. Como el matrimonio es una institución natural, pensamos que todos sabemos lo que implica y restamos importancia a entender lo mejor posible, la realidad matrimonial que viviremos tras otorgar nuestro consentimiento. A mis alumnos del Seminario de Derecho Canónico siempre les pregunto si, tras concluir tercero de primaria serían capaces de pasar un examen de admisión a la universidad. Evidentemente no, por eso es importante la preparación para el matrimonio.

Pero hoy no voy a hablar del matrimonio, sino de la importancia que le damos a ayudar a los jóvenes a descubrir su verdadera vocación profesional. Como ya dije, en muchas escuelas, tras un examen vocacional, se les hace saber a los alumnos en que áreas del conocimiento serán más exitosos.

Para muchos alumnos, el proceso de evaluación vocacional es una vacilada y no se lo toman con seriedad, ya sea porque decidieron de manera fantasiosa e inmadura que querían ser biólogos marinos tras ver Liberen a Willy, médicos porque quieren ser Doctor House o les han dicho que como alegan sin control, tienen que ser abogados. Para otros, la presión familiar es enorme. Aunque solo uno solo de mis alumnos me dijo que él estudiaba “Derecho porque mi papá y mi abuelo me obligaron y lo odio”, muchos buscan cumplir con la expectativa familiar de seguir una tradición que objetivamente, puede o no existir. Yo pertenezco a una familia de abogados y estudié Derecho a pesar de que mi papá no quería que lo hiciera, y honestamente, si tuviera que decidir qué hacer, tomaría la misma decisión porque me encanta lo que hago.

Este semestre me sorprendió mucho que uno de mis alumnos decidiera darse de baja. Es un joven responsable, respetuoso, interesado, inquisitivo e inteligente. Su participación en mi clase siempre fue acertada y reflexiva. Es un alumno que reta intelectualmente al maestro y eso se agradece.

No sé, si como en la preparación para el matrimonio, nos estamos quedando cortos en la orientación vocacional. Seguiré meditando el tema.

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