A pesar de que vivimos en 2022, existen personas que siguen teniendo ideas y actitudes bastante anticuadas. Desde tiempos remotos, las personas que no encajan con ciertos atributos causan escozor: ya sea por origen, raza, religión, política, sexo, sexualidad, estatus socioeconómico, nivel de estudios, peso… Al parecer siempre existe una razón para odiar al que es diferente.
Con el paso de los años, han existido personas que han luchado para dar voz a estas injusticias. Rosa Parks, Martin Luther King, Nelson Mandela, Rigoberta Menchú, y Malala Yousafzai, son algunos activistas que han buscado crear espacios llenos de empatía mostrando que las diferencias no deben separarnos sino enriquecernos. El mundo ya tiene demasiados problemas como para revivir atrocidades como los campos de exterminio, el apartheid o los genocidios tribales.
Muchos países tienen una sombra histórica de discriminación, y uno de ellos es Italia. Durante la dictadura de Benito Mussolini (1883-1945) que duró aproximadamente 23 años, la exaltación panitaliana, la opresión de las minorías a través del fascismo, y el apoyo al antisemitismo nazi crearon un país que buscaca redimir la raza romana original.
Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, los horrores de los sistemas totalitarios, antidemocráticos y ultranacionalistas buscaron ser paliadas con reformas sociales y políticas que resolvieran los problemas de intolerancia en contra de las minorías. Increíblemente 77 años después, sigue habiendo movimientos neonazis y neofascistas que se manifiestan contra la recepción de refugiados de Medio Oriente y la llegada de inmigrantes provenientes de varios países de África y de Europa del Este.
El miedo a que “los italianos de verdad” se diluyan entre extranjeros indeseados crea un odio que se manifiesta en graffiti con símbolos de esvásticas, cruces celtas y tortugas de Casapound usados por grupos fascistas y de ultraderecha. Hacer esto en paredes públicas con alta circulación busca crear un sentido de terror que señala que los extraños no son bienvenidos, generando violencia, odio e inseguridad.
¿Cómo se puede luchar con un graffiti así? Con otro graffiti. Pier Paolo Spinazzè (1981) es un artista que usa el street art para luchar contra el odio. Su nombre artístico es CIBO –“comida” en italiano–, y cada que pasea por Verona y ve pintarrajadas racistas, las corrige con hermosos murales inspirados en comida italiana.
Su causa empezó en 2018, luego que un grupo ultranacionalista neofascita asesinara a uno de sus compañeros de universidad. Antes ya hacía retratos de comida, pero desde ese incidente, decidió mostrar el lado amable y propositivo de Italia combatiendo el repunte de odio discriminatorio.
Con un sombrero de paja y un collar de salchichas de tela, va esparciendo amor y unidad a través del color y la comida. ¿Quién puede enojarse con una pizza margarita o con un queso mozzarella? Realmente gente sin corazón. Pero, si vuelven a rayar encima de la comida, no hay nada que salsa, albahaca o un pastel más grande no puedan cubrir.
Lo increíble de esta causa, es que la gente que sigue a CIBO en redes sociales le avisa de locaciones de pintadas de odio, lo que ha creado una comunidad que apoya la disolución de ideas retrógradas a través del arte, el sentido del humor y el increíble antojo de productos italianos que abren el apetito.
El arte es mágico porque sensibiliza y crea soluciones propositivas. Iniciativas como ésta demuestran que aunque exista odio y el renacimiento de grupos discriminatorios, siempre hay esperanza para corregir los errores del pasado y crear un presente inclusivo y empático para todos.
Artículo originalmente publicado en https://signific.art/