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OPINIÓN

Los dos lados de la democracia | Parte 1/2: La participación

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Jaime Tbeili Benpalti

Pocos días después de las elecciones, se viene a la cabeza de muchos una pregunta totalmente válida: Bueno y después de tanto alboroto, ¿De qué sirvió todo esto? ¿Para qué sirven las elecciones? Cada tres años renovamos el Honorable Congreso de la Unión en un ejercicio cada vez más complicado y que, este año, fue particularmente sangriento. Es justo cuestionar la eficiencia de los sistemas electorales como método para, determinar quienes nos van a gobernar. Después de todo, tampoco es como que siempre elegimos a los mejores.

Se trata, en esencia, de dudar que tanto queremos una democracia. Pensemos que la democracia es la forma de gobierno cuyo motor es la participación ciudadana. Obviamente la democracia no es perfecta, pero a veces damos por hecho algunos de los beneficios que tiene porque ya estamos acostumbrados a vivir en una. Hay tres características que tiene la democracia que la vuelven, como dice el maestro José Antonio Salazar, la forma de gobierno menos dolorosa.

En primer lugar, la democracia tiene espacio para las minorías. En una elección hay ganadores y perdedores, pero los perdedores también pueden formar parte de las decisiones del gobierno. Veamos por ejemplo las elecciones del domingo pasado: A pesar de que Morena fue el partido con más votos, las demás fuerzas electorales también ganaron algunos diputados, casi la mitad. Además, la oposición puede posicionarse en Estados, municipios, alcaldías y congresos locales donde la ciudadanía así lo prefiera. En el peor de los casos, las minorías pueden reinventarse y postularse de nuevo en la siguiente elección.

Suena como una cosa sencilla, pero es algo sumamente importante. La oposición es parte del juego democrático y, por lo tanto, no puede ser silenciada con violencia y tampoco tiene que recurrir a esta para ser escuchada. En un régimen autoritario, si las minorías quieren alzar la voz, generalmente termina siendo en enfrentamientos sangrientos.

En segundo lugar, la democracia se reconoce a sí misma como perfectible. Ninguna forma de gobierno es perfecta, pero la democracia lo sabe y constantemente trata de mejorar. Elementos tan sencillos como que un partido pueda criticar las decisiones de otros, que el debate público sea una actividad constante y que la ciudadanía pueda comparar y favorecer a algunas posturas sobre otras, obliga a los funcionarios a estar buscando constantemente una mejor forma de operar. Es parecido al mercado en el que, diferentes productos compiten por convencer a los clientes de que su producto es el más deseable. Si no mejoras, desapareces.

Finalmente, la democracia nos da la oportunidad de compartir la responsabilidad de las decisiones que se toman en el sector público. Eso significa que, tanto la sociedad como el gobierno pueden ser participes de un cambio. Las ciudadanas y ciudadanos podemos organizarnos y ejercer presión para que las autoridades cumplan, o dejar que los funcionarios hagan o que les dé la gana. En una democracia la ciudadanía es tan responsable de la situación del país como el gobierno.

En conjunto, estás tres características se reducen a una idea concreta: la democracia tiene pesos y contrapesos que funcionan (o deberían de funcionar) como incentivos para que el gobierno genere mejores resultados para la sociedad.

No pretendo hacer una defensa completa y absoluta de la democracia. Los más grandes filósofos de la historia lo han intentado hacer y aún así hay muchas preguntas por responder y muchas críticas que abordar. Insisto, la democracia no es y nunca será perfecta. Lo único que quiero hacer es dejar en claro que sí tiene ventajas y sí tiene utilidades a las que a veces ya estamos acostumbrados.

Claro que México está muy lejos de considerarse una democracia en el sentido pleno de la palabra. Los partidos políticos no representan los intereses y el sentir ciudadano, el presidente tiene un nivel importante de injerencia en los demás poderes y en los órganos constitucionales autónomos y las redes de corrupción e ineficiencia en el gobierno son muy amplias. Esto anula algunos de los pesos y contrapesos de la democracia; las minorías no tienen voz, los partidos ya no buscan mejorar y se rechaza a las personas que quieren tomar responsabilidad y generar un cambio.

Esto ha llevado a muchos a pensar que la democracia no es buena para México. Pero es posible que mas bien necesitemos un poco más de democracia y no menos. Empecé este artículo diciendo que la democracia es la forma de gobierno cuyo motor es la participación ciudadana. A veces confundimos democracia con salir a votar, pero no es solamente eso. Es informarse, exigir, razonar y utilizar nuestra voz y nuestro voto para empujar las políticas públicas que queremos ver en nuestro país. Y más aún, democracia significa estar dispuesto a postularte para un cargo cuando crees que los individuos en el poder no están cumpliendo.

Las elecciones son un desmadre, pero, si las sabemos aprovechar, son una oportunidad de demostrarle a los candidatos y a los partidos que nos necesitan y exigir que nuestras opiniones se tomen en cuenta. Es entonces cuando nuestra participación los va a obligar a mejorar o a competir contra candidatos emanados de la ciudadanía con propuestas serias para construir un México más sólido. Entonces ahí sí vamos a empezar a ver resultados de la democracia.

Pero para eso no podemos dejar de participar.

Cierro con una frase de Winston Churchill: “La democracia es la peor forma de gobierno excepto por todas las demás que se han probado de vez en cuando”.

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