Cecilia González Michalak
Hablar sobre el conflicto entre Israel y Palestina parece ser una historia interminable. Aunque es difícil prever cuándo pudiese acabar, al menos se puede estudiar y comprender desde sus inicios. Las facciones son dos: el lado judío, compuesto en su mayoría por migrantes que quisieron regresar a la tierra prometida, y el lado musulmán, un pueblo que se asentó en ese territorio en tiempos del profeta Mahoma. Ambas partes reclaman de manera histórica y religiosa su derecho a prevalecer en la tierra de sus antepasados.
Dispara, yo ya estoy muerto es una novela de Julia Navarro, una periodista que, interesada en conflictos del siglo XX, encontró una voz a través de la ficción histórica para profundizar en ellos y explicarlos mejor, manteniendo una postura neutral. De esta forma, los personajes son los que pueden ser tendenciosos mientras que el lector, contrastando sus actos y argumentos conforme se desarrolla la historia, puede hacerse su propia idea.
Para este libro, Navarro hace exactamente eso: exponer las dos posturas del conflicto árabe-israelí para que el lector haga sus decisiones, y lo hace de una manera en la que se entretejen todas las aristas y minucias de dos pueblos que tienen mucho más en común de lo que quieren aceptar. Todo empieza cuando Marian Miller, cooperante de una ONG, debe realizar un informe sobre los asentamientos ilegales de los judíos en territorio palestino. Para contrastar la postura palestina, busca entrevistar al líder de los judíos que buscan defender su derecho de vivienda. Marian da entonces con Ezequiel Zucker, un hombre judío que le contará cómo su familia llegó a Israel y por qué también tienen derecho a poblar territorios de Gaza y Cisjordania.
Los Zucker vivían en la Rusia imperial, cuando el ejército zarista realizaba varios pogromos para purgar el territorio de familias judías debido a que se les consideraba causantes de violencia, asesinatos, robos y violaciones. En un primer ataque, matan a toda la familia excepto al padre, Isaac, y al hijo mayor, Samuel, que habían ido de viaje de negocios para vender pieles. Su regreso fue desolador, y huyeron con lo poco que les quedaba a San Petersburgo. Ahí, trataron de tener una vida discreta, que no llamase la atención para estar lejos del radar antisemita. Cuando la revolución socialista empezó a cocinarse, el ejército estaba a la caza de cualquier persona que atentara en contra del zar, y por una historia de malentendidos y traiciones, Samuel tuvo que huir.
Para la tradición judía, es importante que al menos una vez en la vida, se vaya a Israel. Samuel decide entonces ir a conocer la tierra de sus ancestros, pero apenas al llegar, se ve en la posición de comprar un terreno en el que vivía una familia musulmana a la que querían desalojar. Para que esa familia no se quedara sin techo, Samuel les deja quedarse en su casa, mientras que él, con otros judíos expatriados, crearon un pequeño kibutz llamado la Huerta de la Esperanza. Es así que los Zucker, junto a los Ziad, entrelazarían su destino durante más de un siglo.
Durante el libro, uno puede conocer tanto la postura judía como árabe de conflictos importantes: el sionismo, la Rebelión árabe, la Primera Guerra Mundial, el acuerdo Sykes-Picot que dividía los territorios del Imperio turco entre Gran Bretaña y Francia, la Declaración Balfour en la que el gobierno inglés aconsejaba que las tierras palestinas fueran cedidas a los judíos, ataques de árabes a judíos, la Segunda Guerra Mundial, la segunda gran migración de judíos a Palestina ocasionada por el nazismo, ataques de judíos a árabes… guerras, odios, matanzas que siguen hoy en día.
Unos se sienten invadidos. Otros se sienten poco bienvenidos. Hay facciones que buscan compartir. Hay otras que quieren exiliar a los contrarios. Hay países que intervienen pero complican mucho más la situación con ideas poco sensatas debido a su falta de investigación. Grupos de ambos bandos buscan una solución pacífica, mientras otras porciones, también de ambas partes, prefieren arreglar la situación con armas. Al final, nadie gana y todos tienen muertos a los que llorar mientras el resentimiento crece, e increíblemente, la esperanza no muere.
De manera cronológica, esta novela permite conocer ambas posturas mostrando que la escritora hizo una investigación a profundidad para poder explicar todos los sucesos de ese territorio de una manera clara y precisa. Hay un evidente trabajo narrativo e histórico que respeta fechas, tratados y personajes participantes de finales del siglo XIX a 1948. Si alguien quisiera aprender más sobre este tema, este tomo es ideal para iniciarse a él, para luego ampliar la investigación con textos menos informales.
