Carla Roel de Hoffmann
Otra vez, nos estamos acercando al final de otro semestre en la Universidad. En esta ocasión, decidí cerrar el contenido de las materias que imparto, hablando con mis queridos alumnos sobre la violencia en las relaciones, especialmente en el noviazgo.
Empecé mi vida docente en 1989 y desde entonces, he sido testigo de la pérdida del respeto en los pasillos y en las aulas. No solo es un tema de desprecio a la autoridad, sino de un cambio profundo en el trato entre los mismos alumnos.
No se trata del uso de malas palabras, sino de la verdadera falta de respeto que se da constantemente y de la que, en ocasiones, no somos conscientes. Unos y otras, amigos y compañeros, se hablan con desprecio, se insultan y se humillan y ni siquiera saben que lo están haciendo.
Esta situación es más grave y preocupante en las relaciones de noviazgo y en la vida familiar. En lugar de buscar conocer al otro para discernir si, en un futuro, es con esa persona con la que se quiere ser familia, algunos se dedican a juegos de poder en los que ambos terminan en un círculo vicioso de mentiras, codependencia, manipulación y violencia.
Agradezco a mis papás el que me hayan proporcionado un ambiente familiar libre de violencia. De verdad, mientras viví con ellos, nunca experimenté actos u omisiones violentos. Mi esposo y yo hemos procurado darles la misma experiencia vital a nuestros hijos. Pero he de decir que si tuve una relación de noviazgo con un hombre violento, que fue paso a pasito, rompiendo reglas muy básicas de respeto, hasta que, un día, me encontré en una situación de peligro.
Es cierto que vivimos en un mundo violento. El discurso de odio se ha incrementado de manera exponencial y tiene consecuencias funestas en todos los ámbitos. La polarización de la sociedad tiñe de rojo la realidad. Es obvio, que la vida íntima también se afecta por la violencia externa que constatamos todos los días. La poca tolerancia a la frustración nos lleva a actuar de manera irracional con los que nos rodean.
Hemos perdido la capacidad de diferenciar entre el bien y el mal, la verdad y la mentira, el respeto y el desprecio, la fidelidad y la infidelidad. Si le sumamos a esta realidad, que muchas personas reciben su educación sexual de la pornografía, que de suyo es violenta, y profundamente adictiva, pues no es de extrañarse que las parejas no sepan relacionarse de forma armoniosa.
Los datos duros nos muestran que los niveles de violencia se elevaron de manera significativa durante la pandemia de Covid 19. Y por lo visto, salimos más agresivos del encierro.
El IPN, en su violentómetro, contempla estas conductas como violencia: bromas hirientes; chantajes; mentir; ignorar o hacer la ley del hielo; celar; acechar en redes sociales; culpabilizar; descalificar; ridiculizar; humillar en público; intimidar; controlar o prohibir amistades, familiares, dinero, lugares, formas de vestir, dispositivos electrónicos y redes sociales; destruir artículos personales; manosear; caricias agresivas; golpear “jugando”; pellizcar; arañar; empujar; jalonear; cachetear; patear; encerrar; aislar; sextorsionar; amenazar con objetos; difundir imágenes sexuales por medios digitales; amenazar de muerte; forzar a una relación sexual; abuso sexual; violar; mutilar y asesinar. Si estás realizando una de estas conductas, es evidente que no amas a la persona con la que estás.
Como les digo a mis alumnos, lo más bonito del noviazgo es que se acaba. Si te encuentras en una relación de pareja violenta, ámate y termina con ella. Tu integridad psíquica, espiritual, afectiva, sexual y física es lo más importante.