26 de abril de 2024 5:26 am
OPINIÓN

Libros gráficos: Sarah’s Scribbles

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Cecilia González Michalak

Las personas estamos llenas de incongruencias. Por un lado, siempre creemos que lo que tiene el vecino es un reflejo de todo lo que carecemos: que el pelo lacio, el pelo chino, que un trabajo que le ofrece un coche deportivo, que un trabajo que le permite ir en bicicleta, que una vida soltera, que una vida con una bonita familia. Por otro lado, cuando perdemos todo lo que ignoramos, por estar comparando lo que no poseíamos, llega el arrepentimiento.

Cuando se trata de crecer, sucede lo mismo. De niños tenemos una urgencia absurda de incrementar centímetros, de ser más fuertes para convivir con los mayores, y nos sentimos importantes cuando nos preguntan en qué queremos convertirnos al ser adultos. Incluso, por presión social, muchas veces dejamos de creer en hermosas fantasías o de crear mundos imaginarios con nuestros juguetes favoritos en presencia de alguien que podría tacharnos de infantiles.

Cuando llegan todas las obligaciones de la adultez, queremos renunciar. No existe carrera alguna que te prepare mentalmente a cumplir con requerimientos de la vida diaria como adquirir un seguro de gastos médicos, hacer la declaración de impuestos, pagar la tarjeta para evitar entrar en el buró de crédito, mantener un presupuesto, ahorrar… Incluso, hay veces que ir al supermercado para tener comida verdadera y saludable o llamar al dentista para hacer una cita, se vuelven un suplicio. Y nadie nos avisó. Nadie, mientras jugábamos de niños, nos enseñó a quedar bien con el SAT, ni nos contó de los terribles intereses que se vienen como un tsunami a la hora de sobregirar una tarjeta bancaria.

Los cómics de Sarah Andersen nacieron en 2011 en Tumblr. Pero al ser tan oportunos y reflejar las realidades del adulto, se hicieron tan populares que, en 2016, fueron publicados en un libro llamado Adulthood is a myth que ganó, ese mismo año, el premio a Mejor Novela Gráfica en Goodreads. Con un humor auto-despectivo, los adultos encontraron un espacio de risas viendo su propia realidad: ya no es fácil hacer amigos, cuesta hablar en público, las redes sociales controlan nuestro itinerario, el mundo a veces es aterrador, una agenda llena de compromisos en abrumadora, y sabemos muchas cosas… excepto en el día en que vivimos.

Muchas veces es mejor reírnos de nosotros mismos a la hora de ser adultos; por lo menos parece que tenemos todo bajo control, aunque sea una proyección que sólo sirva para nosotros mismos. Como cualquier juego de video, las pruebas de la adultez se van complicando conforme a los niveles, pero al menos lo aprendido permanecerá para sobresalir en las aventuras diarias: saber los protocolos para la verificación del coche, hacer facturas contando el IVA y el ISR, no utilizar utensilios de metal al cocinar con vinagre, contratar un seguro de defunción, visitar al dentista cada seis meses… Además, los que sobrevivimos al reto del coronavirus, sabemos ya qué hacer durante una pandemia.

Pero, lamentablemente, y a diferencia de un videojuego, sólo tenemos una vida. Si nos electrocutamos sacando una loncha de pan atorado del tostador con un tenedor, si decidimos ser criadores de cobras, o practicamos clavados en una alberca vacía, no tendremos una segunda oportunidad para comprender nuestros errores. Es aquí que también tenemos que apreciar nuestro recorrido, con nuestras tribulaciones y vicisitudes, porque de ellos aprendemos, forjamos carácter y valoramos lo bueno. Así como no podemos ocultarnos de nuestras obligaciones, tampoco debemos escondernos de la vida misma, para evitar sentirnos vulnerables.

Nadie nos avisó cómo sería crecer. Nadie nos enseñó cuánto teníamos que cobrar en un trabajo, ni cómo escoger a los amigos de toda una vida. Nadie nos advirtió que la gente alrededor de nosotros podía morir, y nadie nos previno del dolor y de la sorpresa que vendrían con su partida. Y a pesar de todo esto –de la burocracia, de las despedidas, de las largas filas en el banco, de las malas noticias–, seguimos adelante, porque sabemos que la vida es un regalo. Hay que ser valientes para dejar de desperdiciar el tiempo en los arrepentimientos de los malos momentos, y para encontrar el tesoro de las pequeñas alegrías.

Dedicado a Jomi.

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