Una de las principales consecuencias del proteccionismo que Estados Unidos ha fomentado desde el inicio del gobierno de Donald Trump en 2017, es la creación de tres nuevos bloques comerciales encabezados por Washington, Bruselas y Beijing. Cada uno de ellos ha crecido por el debilitamiento de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que ha sido incapaz de restablecer el orden luego de que Estados Unidos ha bloqueado las nominaciones de los nuevos miembros del Órgano de Apelación del mecanismo de solución de controversias; de la creciente necesidad de las super potencias de tener acceso seguro y confiable a minerales estratégicos; y de la falta de una alternativa sólida que permita una transición del régimen que prevaleció desde principios de los 90s.
Desde antes de la pandemia, Estados Unidos sabe que es posible que la economía china se vuelva la más grande del mundo para finales de esta década, pero hasta la fecha no cuenta con un plan que lo evite. El presidente Biden estableció como una de sus prioridades, al inicio de su gobierno, el diseño de una estrategia integral para enfrentar “la amenaza china,” que fuera más allá de la aplicación de aranceles. Sin embargo, su política comercial no ha sido muy diferente de la de su antecesor.
Existe el consenso que la hegemonía económica de las próximas décadas será de aquel país que sea capaz de desarrollar las tecnologías más avanzadas basadas en fuentes de energía limpias y renovables. Por ello, los esfuerzos para tener acceso preferencial a los depósitos conocidos de litio, cobalto y manganeso, tres elementos claves para la fabricación de las baterías de los vehículos eléctricos, así como las restricciones en la venta y exportación de estos minerales y de las llamadas tierras raras, que se utilizan en la producción de láseres, radares y otros instrumentos de alta precisión.
Estados Unidos sigue siendo altamente dependiente de diferentes bienes intermedios que produce China, tanto por su bajo costo, como por las certificaciones de calidad con que cuentan las plantas ubicadas en ese país. De ahí que a Washington no le conviene que China crezca a tasas por debajo del 4% anual, lo que tiene implicaciones para la economía de todo el mundo.
Luego de que la tensión entre ambos países ha venido creciendo en la última década, el gobierno de Biden decidió emprender un acercamiento y buscar minimizar la intervención del gobierno de Xi Jinping en las elecciones de noviembre, que buscaría favorecer a Trump. Ambos tuvieron una llamada de casi dos horas el martes dos de abril, donde hablaron de diversos temas militares, de seguridad, los riesgos relacionados con la inteligencia artificial, cambio climático y el control del tráfico de narcóticos, especialmente del fentanilo, a la que siguieron las visitas de los dos secretarios más importantes del gabinete, Anthony Blinken y Janet Yellen.
La visita de la Secretaria del Tesoro tuvo como objetivo convencer al gobierno chino que la mejor manera de lograr el 5% de crecimiento en su producto interno bruto este año es a través de políticas que expandan la demanda y no seguir invirtiendo en la expansión de la oferta, lo que Washington considera está contribuyendo a la sobre oferta de diversos productos a nivel mundial. A pesar de los aranceles que Estados Unidos aplica a los productos chinos desde el 2018, el gobierno chino considera que la clave para el crecimiento de su economía sigue siendo el comercio internacional, por lo que ahora ha generado varios incentivos para que sus empresas inicien operaciones en otros países, entre ellos México.
Por su parte, este fin de semana se realizó en Lovaina, Bélgica, la sexta reunión del Consejo de Comercio y Tecnología Estados Unidos-Unión Europea, el foro bilateral de más alto nivel para analizar temas comerciales, encabezado esta vez por la Secretaria de Comercio, Gina Raimondo, y por la responsable europea de los temas digitales, Margrethe Vestager. La secretaria Raimondo buscaba establecer una alianza en contra de China, a lo que los europeos se oponen, pues Europa también depende de las importaciones chinas y en caso de que gane Trump, se desconoce el futuro de dicha alianza.
Biden quiere dejar en claro que cada país tiene que escoger a qué bando quiere pertenecer, lo que no cambiaría si gana Trump. En el caso de México, la opción de permitir que la inversión china siga creciendo en el país puede resultar muy cara, tanto en lo económico, pero sobre todo en lo político.